≪Si uno pudiera ser un piel roja, siempre alerta, y sobre un caballo que cabalgara veloz, a través del viento, constantemente estremecido sobre la tierra temblorosa, hasta quedar sin espuelas, porque no hacen falta espuelas, hasta perder las riendas, porque no hacen falta riendas, y que en cuanto viera ante sí el campo como una pradera rasa, hubieran desaparecido las crines y la cabeza del caballo1.≫
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Que escribir y tejer son de la misma familia queda indicado de modo evidente en el término ≪texto≫, que procede del latín textus, participio del verbo texo, que significaba: tejer, trenzar, entrelazar. El gesto de escribir, como el de tejer, consiste en seguir la línea hasta su final, y llegados ahí, continuar en la línea siguiente. En la escritura es esta característica la que permite diferenciar el movimiento del verso del de la prosa, obligada esta última a llegarse hasta el final de la línea mientras el verso rompe este trayecto de continuo, dejando a menudo la frase en suspenso y dándole terminación en la línea siguiente, en lo que se conoce como encabalgamiento. También en el tejer la trama salta a menudo a la línea siguiente para seguir allí su dibujo, buscando la vertical. En Idea de la prosa (1987), Giorgio Agamben establece la diferencia entre prosa y verso precisamente en esa particularidad, relacionándola con el léxico agrícola. Versura, en latín, señala el punto en el que el arado, al final del surco, da la vuelta.
He recordado esta familiaridad entre escribir y tejer leyendo los textos que Teresa dedica al Raval cuando todavía se llamaba Barrio Chino. Me ha hecho caer en la cuenta de que los textos también se urden, y también se sigue su trama al leerlos…
Y recuerdo ahora que esto es algo que Cervantes ya tenía muy presente, según se desprende de la comparación que estableció entre la traducción literaria y el revés del tapiz, hacia el final del Quijote (segunda parte, capitulo LXII): ≪Me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que, aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se ven con la lisura y tez de la haz.≫
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Del gesto de tejer, retengo lo que Teresa le conto a Marta González en el año 2000: ≪Tejer es una técnica hipnótica basada en la repetición de un mismo movimiento, cuyos resultados no se perciben de inmediato. La imposibilidad física de ver toda la pieza mientras se va tejiendo, ya que se enrolla a medida que se avanza,enriquece el fragmento y le da autonomía, al tiempo que exige una comprensión global de la composición que debe guardarse en la memoria durante el largo periodo de ejecución. Es una técnica que potencia una peculiar y gratificante concentración, aunque –como en cualquier otra actividad artística–, sea cual sea su tratamiento, nada logre paliar la fuerte tensión y el profundo desasosiego del proceso creativo.≫2
Retengo también, muy especialmente, el que se subraye que el trabajo de tejer no permite enmendar los errores o desvíos que se producen respecto del plan de composición inicial, y que esta constatación se eleve a la categoría de lección moral que hay que retener: ≪El trabajo del telar me parece como la vida: lo hecho, hecho esta y se ha de vivir con ello.≫
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Teresa y yo nos conocimos de estudiantes, cursando Filosofía y Letras (así se llamaba entonces la carrera) en la Universidad Central de Barcelona. Comencé mis estudios en 1967, al año siguiente de La Caputxinada, con las primeras elecciones convocadas por el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona, y ya en la primavera de primer curso comenzaron a dejarse sentir las réplicas del Mayo del 68, momento a partir del cual nada volvería a ser lo mismo. Fue por entonces cuando nos conocimos. Los cronistas llaman a aquellos tiempos (de 1969 a 1975) ≪los anos del radicalismo estudiantil≫. Y así fue, y no solo en Europa: también en Estados Unidos, con los movimientos de rechazo a la guerra del Vietnam, la deserción hippy y la emergencia de la cultura underground, la contracultura. Se recordará que el festival de Woodstock tuvo lugar en agosto de 1969, así como el Festival Cultural de Harlem (rescatado no hace mucho por la película The Summer of Soul, dirigida por Ahmir Questlove Thompson). En la Universidad Central comenzó el año 1969 con el asalto al rectorado en un intento de defenestrar al rector, que fue finalmente reemplazado por un busto de Franco que acabaría volando por los aires. El mismo día, el 17 de enero, era detenido en Madrid Enrique Ruano, estudiante y miembro del Frente de Liberación Popular (FELIPE), que moriría–el, si– defenestrado por la Brigada Político Social de la policía tres días después. Al poco se proclamó en toda España el estado de excepción. A partir de ahí se sucedieron las suspensiones periódicas de las actividades universitarias, bien por decisión de las autoridades académicas o por orden gubernativa, a resultas de la ≪situación de ingobernabilidad general≫, que es como se calificaba oficialmente nuestra deriva insurreccional. En 1970, en diciembre, las movilizaciones (≪algaradas≫era su nombre habitual en los partes oficiales) tuvieron como desencadenante el Consejo de Guerra de Burgos contra dieciséis militantes de ETA, en el que acabaron dictándose nueve sentencias de muerte (finalmente conmutadas, a resultas de la presión internacional). Ni que decir tiene que aquello nos valió un nuevo estado de excepción, primero en Euskadi y luego en toda España. Y al año siguiente, vuelta a empezar: la promulgación de la Ley General de Educación, propiciada por el entonces ministro Villar Palasi (del Opus Dei), actuó de detonante, y la furia estuvo activa durante largo tiempo. De este modo iban las cosas por entonces…
Creo que no llegamos a cursar ningún ano de estudios al completo.
Lo que recuerdo bien es que, conforme la represión se fue brutalizando más y más, nuestro deseo de libertad se volvía cada vez más salvaje, y de una u otra forma la clandestinidad iba convirtiéndose en un modo de vida.
Y también que, a principios de los setenta, hizo su aparición la heroína en la Universidad Central. ≪La regalaban a quien estuviera a tiro, y en esas edades estamos a tiro prácticamente todos≫, escribe Teresa. Y añade: ≪La primera vez que mi generación se asomó al mundo, lo que vio fue una quimera envenenada.≫3 Take a walk onthe wild side, cantaba Lou Reed en 1972.
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A Teresa, el flamenco fue la música que le toco el corazón: el cante. ≪El flamenco me crujió y descubrí que la excepción es la regla que nos hace posibles≫, escribe.4 Y recita: ≪El Tronio, El Camarote, La Macarena o El Patio Andaluz…≫Lugares de fiesta y cante: ≪fiestas, juergas, bodas y bautizos…≫5
≪Cuando te acercas a los gitanos, cuando vives con ellos y disfrutas de su arte, cuando conoces las alfombras hechas en telares móviles, el mundo se ensancha, tu tierra es la que pisas y tu hogar es siempre a dónde vas, no de dónde vienes, porque el regreso no es una vuelta sino una ida perpetua. Esto es el rombo. El rombo no tiene horizontales ni verticales, sino que está hecho de diagonales que forman tramas ilimitadas. En su expansión reiterativa, la red romboidal no delata coordenadas, no tiene centro ni marco, sino que es una red de partes iguales. La repetición no es un enemigo, sino un valor que asume variaciones y transgresiones. El rombo es un horizonte.≫6
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Cuando en este país, muerto Franco y proclamada la Constitución, comenzaron a normalizarse las cosas, Teresa y yo nos perdimos la pista, y no fue sino años y años después cuando volvimos a encontrarnos nuevamente. De tanto en tanto, sin embargo, me iban llegando noticias de ella, de su trabajo, cada vez más. Y me parecía reconocer en las cosas que decía en algunas entrevistas lo que habían sido sus gestos de antes, su talante. Fue una manera también de ir aprendiendo a entrar en su trabajo, a captar sus ≪vibraciones≫, como habríamos dicho en los tiempos de estudiantes con una palabra-comodín de entonces. Pienso que ahora vendría providencialmente bien esta palabra para hablar de mi experiencia de su trabajo y decir lo que siento vibrar en él, y con qué vibraciones. Porque lo primero que veo rítmicamente repetido, cuando estoy ante una de sus piezas, es el momento original del descubrimiento del hilo de algodón, el flechazo repentino de la materia7. Con un amor cuyo devenir artístico busca las zonas de vecindad con el quehacer artesanal, compartiendo ese mismo amor por la materia que empuja a darle una forma cumplida. Reconozco esta misma vibración cuando veo que Teresa no acostumbra a hablar de su hechizo ante los tapices (de las tejedoras marroquíes, pongamos por caso) sin hacerlo extensivo a las ornamentaciones artísticas de los objetos cotidianos. Y la vibración se va modulando entonces: apuntando al tapiz como objeto domestico aparece la casa, aparece la mujer trabajadora también. 8Aparecen el Barrio Chino y sus vibraciones gitanas, el ambiente en el que eligió vivirTeresa cuando comenzó a tejer. Y recuerdo la respuesta que daba a la pregunta de si fue feliz en aquellos tiempos. Decía: ≪.Era yo feliz? Ahora no lo recuerdo. La felicidad no estaba en mis planes, aunque si no lo fui, no fue ni por el frio atroz ni por el tremendo calor ni por lo exiguo del espacio ni por las estrecheces que pasaba. Y si lo fui, fue por razones que tenían que ver con el vivir flamenco. Ser y estar era lo que quería, un estar al estilo gitano y un ser sin más.≫9Como una vibración en sintonía con algo atávico, poderoso, elemental, como un hilo de algodón, capaz, sin embargo, de recorrer una infinidad de laberintos. Una vibración que se repite, creo ver. Y la veo atravesada de continuo por la presencia de la mujer trabajadora, por su dignidad y su dolor, su saber trágico acerca de cómo son las cosas, su coraje y su encanto. Y vuelvo a reconocer la vibración de cuando éramos estudiantes, la que nos hacía sentir que la razón forzosamente había de estar del lado de las víctimas; cuando la escucho hablar en El paso del Ebro, de aquella niña que≪quería saber dónde estaba su padre, como su compañero de pupitre, que sabía que el suyo estaba enterrado en la cuneta que se bifurca camino de la era≫. 10 Y en la dedicatoria de este texto (un diario de viaje entre Alicante y Barcelona, una vez por semana, de septiembre de 2013 a julio de 2015) leo: ≪Al brigadista italiano que, mientras esperaba su ajusticiamiento, tallaba… Y a mí tía abuela Teresina que me contaba estas historias. ≫Allí, el 9 enero de 2014, anota: ≪Al paso del tren por Sagunto, descubro un local de la CNT y la AIT donde ondea la bandera roja y negra que el viento ha enrollado en el corto mástil. ≫Un descubrimiento feliz, que sin embargo no consigue ratificar días más tarde (7 de febrero: ≪No he sabido encontrar la bandera de la CNT que ondea en el local≫), hasta que finalmente si, el 20 de febrero: ≪Esta vez el local de la CNT permanece abierto, tiene la bandera roja y negra a la derecha de la puerta y los cristales cubiertos de carteles.≫Y termina preguntándose: ≪.Cuantos afiliados son?≫; y se entiende (entiendo) muy bien él porque de la pregunta. En la serie de cinco tapices que hacen cuerpo con este texto, confieso que no puedo dejar de ver los raíles del tren que cruza el Ebro. Lo he in tentado, pero no acabo de lograrlo; escucho el traqueteo, rememoro la humareda de las viejas locomotoras de vapor y el tintineo del martillo, que golpeaba las ruedas para comprobar si estaban indemnes, en alguna estación de tránsito. Siento la vibración potente, pesada, que va atravesando el rio… Y me viene a la memoria una fecha, el 25 de julio de 1938, y recuerdo que se dice que fue aquella una noche sin luna.11
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En el interregno entre la muerte de Franco y la promulgación de la Constitución pasaron muchas cosas de una intensidad irrepetible. Volví a Barcelona poco antes de la muerte de Franco, y al año siguiente me incorporé como profesor ayudante a la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, que así se llamaba entonces, en su nueva ubicación en la Zona Universitaria de Pedralbes. En la ciudad se vivía esa fuerte tensión característica del proceso creativo, según decía Teresa antes. Pero el profundo desasosiego que también era palpable (recuérdese el 23-F, el amago de golpe de Estado que se viviría cinco años después) venia ahora contrarrestado por una alegría imparable: la propia de saber que, por fin, era posible respirar a cara descubierta. El barrio en el que vivía Teresa paso a llamarse ≪el Raval≫y, sin perder su vibración habitual, comenzó a incorporar dinámicas que lo acercaban al Soho de Manhattan, que Pasqual Maragall propondría como modelo en 1992. Destaco solamente un ejemplo, que viví de cerca gracias a mi amistad con Pepe Rubianes, que había sido compañero mío de carrera. En 1976 la Assemblea d’Actors i Directors de Teatre de Catalunya (AADTC) había ideado un festival de teatro rompedor para el momento, el Teatre Grec, que iba a tener una muy digna y larga historia. Pues bien: pocos meses después, un grupo escindido de la AADTC se constituyó como Assemblea de Treballadors de l’Espectacle, presentando en la fecha canónica un Don Juan Tenorio a múltiples bandas en el Born, que por entonces era reivindicado como Ateneo Popular (pocas semanas antes acababa de inaugurarse el primer Ateneo libertario en Sants). Y fue precisamente este grupo –unos 150 profesionales en sus orígenes– el que se hizo cargo del antiguo cine Salón Diana, con 876 butacas, en la calle Sant Pau,para reconvertirlo en un lugar de experimentación teatral y ciudadana de primer orden. El Salón Diana abrió elSábado de Gloria de 1977 con The Living Theater (Sietemeditaciones sobre el sadomasoquismo político), Les Troubadoursy Dagoll Dagom (No hablare en clase), solo en lo que al teatrorespecta. Porque la programación abarcaba desde matinalesinfantiles hasta rock de madrugada, zarzuela, danza,circo, cine… Y era posible entrar y toparse tanto con elpayaso Jango Edwards derrapando por el escenario en unamoto de buena cilindrada como con los indios yaquisejecutando las danzas rituales del peyote. El Salón Dianapronto se convirtió en un lugar de encuentro privilegiado,hasta el punto de que, por ejemplo, cuando La torna de ElsJoglars (dedicada a Heinz Chez, el enigmático delincuentepolaco ejecutado el 2 de marzo de 1974, el mismo díaque Puig Antich, en una maniobra del franquismo paraemporcar la mirada de la opinión publica) fue objeto de laconocida caza de brujas, paso a constituirse en asambleapermanente. Durante tiempo pareció como si la ciudadhubiera encontrado un espacio abierto para sus vocacionesasambleístas… sin contar con todo lo que se cocíaen la trastienda, o en el bar La Piedra, justo enfrente. No recuerdo bien los momentos que compartimos con Teresa de aquella aventura, ni si nos encontramos en lo que fue la culminación de toda aquella movida: las Jornadas Libertarias del Parc Guell, en el verano del año siguiente. Las Jornadas se convocaron pocos días después de que la CNT hubiera reunido a cien mil personas en el famoso mitin de Montjuic, del 22 al 25 de julio ininterrumpidamente: tres días de encuentros y debates y tres noches de música y fiesta, sin estar sometidos a ningún otro control que no fuera el del propio servicio de orden12. Cuando recuerdo aquellos días, no acabo de saber si nos vimos entonces o no, pero apuesto a que Teresa estuvo por allí.
Voy pasando las páginas de todos los catálogos que tengo de sus exposiciones a paso lento, deteniéndome aquí y allá, como si quisiera comprobar una vez más lo que ya se, esa vibración que comienzo a reconocer bien. Y me digo que, igual que somos capaces de sentir vergüenza ajena, del mismo modo podría nombrarse como orgullo ajeno estesentimiento que surge al contemplar la obra de Teresa, ni que sea por su gesto sostenido de cumplir con lo que uno se debe a si mismo por el hecho de ser quien es. Y me digotambién que es de justicia poética que esta obra se encuentre con la hospitalidad del MACBA, ese barco blanco del renovado Raval junto al que surfean los skaters. Que no podía ser de otra manera, me digo, y que los amigos de entonces somos los primeros en estar de enhorabuena.
Miguel Morey
L’Escala, septiembre de 2021
Miguel Morey es filosofo. Su última publicación ha sido Monólogos de la bella durmiente: Sobre María Zambrano (2021).