Las cigarreras
Conversación entre Teresa Lanceta, Nuria Enguita y Laura Vallés Vílchez.
NE-LV En esta publicación se reúnen muchas voces diferentes, como corresponde a un trabajo y a una vida en los que la oralidad es importante: las mujeres gitanas, sus historias y su cante; las tejedoras del Atlas Medio, incorporando una tradición en sus tejidos; las voces olvidadas de los moriscos en la alfombra española… Con tu trabajo sobre las cigarreras, el vídeo Cierre es la respuesta (2011), recuperas también las voces de las mujeres trabajadoras de la fábrica de tabacos de Alicante. ¿Cómo te acercas a esas mujeres? ¿Cómo decides la estructura de la película?
TL Cuando cerró la fábrica, sus almacenes se rehabilitaron como centro cultural, y el Ayuntamiento de Alicante me encargó un documento visual que recogiera testimonios de la fábrica en funcionamiento. Cuando empecé el cometido, me di cuenta de la gran oportunidad de acercarme a un trabajo industrial realizado por mujeres del que no se habla lo suficiente. Y lo que había de ser una aproximación escueta sobre el tema, de dos o tres meses de duración, se convirtió en una intensa búsqueda de sus voces que se alargaría durante un año y medio de intensa dedicación.
Las cigarreras recoge recuerdos, historias y opiniones de las trabajadoras de la fábrica de tabacos de Alicante. Ahora, para esta exposición, y gracias a la cineasta Virginia García del Pino, lo estamos editando. Grabé voces –no imágenes– para que ellas se expresaran con mayor libertad, porque narraban con entusiasmo las historias de su juventud; las imágenes habrían remitido al presente, mientras que sus voces resultan atemporales.
Cuando abrió la fábrica de tabacos, en 1801, Alicante era una ciudad amurallada con un pequeño puerto. Situada extramuros, la fábrica se nutrió tanto de las mujeres de los barrios humildes de la ciudad como de las que venían de poblaciones agrícolas colindantes. Son mujeres que, con esfuerzo y destreza, vertebran dos siglos de historia, sustentando esta industria con largas jornadas de trabajo (en un principio liando cigarros a mano y a destajo sentadas alrededor de una mesa y, cuando la industrialización se impuso, haciendo cigarrillos al frente de las máquinas).
Un censo de finales del siglo XIX muestra que, cuando la ciudad tenía unos 23.000 habitantes, en la fábrica trabajaban más de tres mil cigarreras, en contraste con un centenar de hombres, mozos y mecánicos. Estos datos hacen suponer que a la mayor parte de los hogares llegaba el sueldo de alguna de ellas y que, por mor de su trabajo, la ciudad vivió un florecimiento económico considerable: se amplió el puerto, se derribó la muralla y se construyeron barrios nuevos.
La convivencia estrecha, continua, que se alarga en el tiempo, hace que las trabajadoras de la fábrica compartan experiencias, amplíen su mundo y conozcan la amistad. Ser cigarrera, además de un trabajo, era un modo de vida, con una arraigada solidaridad entre compañeras y una conciencia intrínseca y propia. La leyenda cigarrera se basa en la forja de fuertes personalidades construidas a través del esfuerzo y la solidaridad.
«Trabajar te da independencia, te autofinancias tú. Tienes más soltura para todo, y haces amigas. Fue una cosa muy buena, muy buena. Te daba otra perspectiva del mundo. Sí, porque no eras tú sola; era otras cosas. A la otra le pasaba esto, y tú comparabas lo tuyo con lo otro. Mis mejores amigas las encontré allí.»
«La tónica general de las cigarreras era ir guapísimas a trabajar, con lo mejor, aunque no pudieran comer. ¡Olé el mundo! Era el poder del dinero, el poder del dinero: sí, sí, sí, sí. Era, de alguna forma, la liberación de la mujer, solo que ahí dentro, cuando cerraban las puertas, era como si te disfrazases de mono, pues al ponerte aquellos babis de mecánico ya no eras tú, eras una hormiga más, y te tenías que amoldar a lo que había, y ser muy sumisa.»
«Yo siempre lo he dicho: no me han regalado nada. He trabajado mucho, y mis compañeras más próximas, también.»
«“¿Que no sabe tu madre que hoy hay huelga…?” Todo eso pasaba dentro de la fábrica, porque afuera no salían hasta que no se arreglase lo que pedían. Ellas reclamaban sus derechos.»
«No se crea usted que las doblegaban, porque no: se encerraban allí, en Tabacalera, y no salían.»
«Toniqueta, arregla a los chiquillos que hoy estamos de huelga.»
«Para mí fue una experiencia muy bonita, sobre todo de unión entre compañeras. Entrabas a trabajar y lo que te mandaban lo tenías que hacer, pero nosotras teníamos compañerismo, nos poníamos y decíamos: “Vale, si una máquina va mal, y la tuya va bien y puedes ayudarle a tu compañera, bajas y le ayudas.” A veces lo hacías y te llamaban la atención porque no podías moverte de tu sitio, pero allí éramos nosotras las que nos echábamos una mano unas a las otras. Lo mismo si ibas bien, porque entonces todo era de gloria para todas; pero si ibas mal, éramos todas a lo nuestro, a trabajar.»
«De mi madre he heredado un espíritu luchador, social y obrero.»
«Cuando íbamos a la manifestación o nos teníamos que preparar el día antes, mi hijo y mi hija me decían: “Cuando vemos que hay lentejas, ya sabemos que toca manifestación.”»