Las tejedoras Aït Ouarherda
En este texto, Bert Flint habla de tejidos realizados durante el año 1999 en una aldea situada al pie de la vertiente sur del macizo del monte Siroua por dos mujeres de la tribu de los Aït Ouarherda, que pertenece a la antigua confederación de Ouaouzguite.
I.
Los Aït Ouaouzguite forman parte de los pueblos berebe res sedentarios masmudas, que todavía ocupaban la totalidad del territorio del actual Marruecos en la época de los romanos, o sea, antes de la penetración en este territorio de las diferentes tribus nómadas de los zenetes y los zena gas (Sanhaja), también bereberes (en los siglos III y VI), y de los nómadas árabes hilalianos y maaquiles (a partir del siglo XII).
Gracias a la trashumancia estival, los rebaños de corderos de los Aït Ouaouzguite producen una hermosa lana que numerosas mujeres de la tribu dotan con su esfuerzo de una plusvalía, fabricando tejidos y alfombras cuya venta pretende paliar las deficiencias de la producción agrícola. Imaginamos que hace mucho tiempo que los Aït Ouaouzguite producen alfombras, sacos de ce reales y otros tejidos, para trocarlos en las ferias anua les por productos alimenticios, especialmente por los dátiles de las poblaciones de los oasis presaharianos. La más importante de estas ferias era la que organizaban los descendientes del santo patrón Sidi Mhando Yacoub, en Imi n’Tatelt.
La integración del territorio de los Aït Ouaouz guite, a finales del siglo XIX, bajo el gobierno del bajá de Marrakech, facilitó el acceso al mercado de alfombras y tejidos de esta ciudad, y el carácter permanente de este mercado redundó, sin duda, en una producción más regular.
El contacto constante con el mercado de Marrakech ha enseñado a las tejedoras a tener en cuenta el gusto por la simetría junto con otras exigencias de dicho mercado respecto a dimensiones, etc. La aplicación de la doble simetría sin contar con cartones o dibujos establecidos, siguiendo el ejemplo de la alfombra oriental, exige una gran disciplina mental por parte de las tejedoras, pero no implica forzosamente un cambio de sensibilidad. ¿Cómo explicar, si no, la capacidad de las tejedoras del Siroua para romper tan radicalmente, en busca de nuevos estilos para su producción actual, con la decoración de los tapices conocidos como taznaght en Marrakech y otros mercados urbanos?
Nos podríamos preguntar cómo han encontrado en su tradición la fuente de inspiración para un lenguaje de formas tan elaborado, y también qué actividad les ha proporcionado la experiencia de la expresión personal necesaria para ejecutar con tal maestría composiciones tan complejas como dotadas de una gran sensibilidad.
La respuesta se simplifica si trasladamos la pregunta a lo lingüístico. En el Souss, al sudoeste de Marruecos, el aprendizaje del árabe, que a veces roza la perfección, no ha afectado verdaderamente a la herencia cultural, la tradición bereber. Más bien parece que dicho aprendizaje ha enriquecido dicha herencia sin alterar su carácter ni su espíritu, que continúan determinados por la experiencia de la agricultura y la ganadería tradicionales, a las que se añade el espíritu de iniciativa desarrollado por la actividad comercial y artística.
Mientras que el ciudadano marroquí nunca ha mostrado el menor interés por las manifestaciones artísticas del mundo rural, los comerciantes y anticuarios de las ciudades turísticas de Marruecos hace tiempo que se han percatado del interés que les atribuye el público internacional. Pero, en lo que respecta a los tejidos del Siroua, son las propias tejedoras las que, en cierto modo, manejan la explotación mercantil de su producción, ya que los comerciantes dependen de su creatividad para mantener el dinamismo de su actividad.
Esta creatividad tiene su origen en la riqueza de la herencia artística bereber y, por otra parte, recibe un constante estímulo del juego de libre mercado que se produce en Marrakech, donde los comerciantes, sensibilizados por el gusto de una clientela internacional que cuenta con entendidos en arte, no dejan escapar ninguna verdadera creación.
Basta con que un tipo de alfombra antigua, toda vía desconocida, o una creación actual alcancen precios insólitos en la subasta de Marrakech para que se envíen compradores a buscar piezas del mismo tipo a las lejanas montañas. O con que los hombres que bajan del Siroua a vender sus tejidos a Marrakech cuenten a las tejedoras del pueblo, a su regreso, cómo son las alfombras que han tenido más éxito.
De manera que las tejedoras, siempre atentas a las pulsiones del mercado, han podido constatar que ciertos aspectos de su producción familiar gozan de especial aprecio y, en consecuencia, han tenido mucho interés en mostrarse ante el mercado con su propio rostro de campesinas, sin necesidad de hacerse pasar por urbanas, como en la época en que el mercado de Marrakech se orientaba hacia una clientela nacional.
En efecto, a ejemplo de la lengua materna, las alfombras y los tejidos de uso familiar también han con servado la herencia bereber ancestral. El reconocimiento internacional de esta herencia ha proporcionado a las tejedoras la confianza necesaria para integrarla en su producción comercial.
Al llegar a este punto, nos parece interesante señalar los diferentes aspectos de la fabricación tradicional de tejidos de uso familiar del Siroua que han permitido a las autoras de estas dos piezas desdibujar la oposición entre tradición y modernidad. Por una parte, en la decoración de los tejidos más cuidados, que estaban exclusivamente destinados al uso familiar o hechos por encargo para la población local, se percibe una presencia de la disimetría que llega a parecer sistemática.
Esta disimetría, que a menudo se da en un marco tripartito, podría reflejar una estructura mental colectiva, lo que parece tanto más verosímil cuanto que la decoración de las puertas que provienen del valle alto del Nfis, en el Alto Atlas, presenta la misma organización. En el caso del tejido, Fátima ha aplicado esta disimetría con notable fuerza.
Por otra parte, en algunos tejidos exclusivamente privados, principalmente en las mantas, se expresa una sensibilidad muy personal. Al no estar sometidas a una presentación ceremonial con motivo de una boda –como es el caso, por ejemplo, de las zemmour–, estas mantas no están provistas de una «decoración» que proceda de un lenguaje de formas colectivo. Muy al contrario, su realización parece haber dado a las tejedoras la oportunidad de entregarse a un ensueño en que los impulsos tiernos o sensuales se expresan con gestos y caricias, más que con un lenguaje articulado.
Reducidas a utilizar lanas sin teñir, quizá por razones económicas, las tejedoras se han visto obligadas a observar y explotar los sutiles matices de los colores naturales de la lana. Estos matices han demostrado ser más apropiados para expresar sus sensaciones y sentimientos personales que las lanas teñidas, que parecen más indicadas para un arte de la seducción, o para la producción comercial. Si bien la marginalización (la prohibición de malgastar los tintes) y los materiales disponibles (el entorno y los modos de vida) son el factor que ha determinado en buena parte el aspecto material de estos tejidos, la mano de la tejedora es la única responsable, en un marco tan austero como el de esas montañas, de la expresión de una sensibilidad personal que se podría creer exclusiva de las sociedades fuertemente individualizadas.
II.
Aún nos queda por mencionar, entre las piezas producidas para el uso familiar o destinadas originalmente para el comercio regional, la capa tradicional, o bournous (llamada aquí akhnip), que los pastores del valle del Ourika, en la vertiente norte del Alto Atlas, llevan hasta hoy.
La decoración, tejida en la parte inferior de la capa, ha sido interpretada a comienzos del siglo XX (Westmarck) como un ojo que protege del mal de ojo. Los Aït Ouarherda, que habitan la vertiente sur del macizo del Siroua, han desarrollado este motivo de manera muy decorativa, lo cual enseguida ha atraído la atención de coleccionistas y anticuarios hacia estos akhnif.
Como los antiguos ejemplares pronto se hicieron escasos y hoy son imposibles de encontrar, hace ya cincuenta años que las tejedoras Aït Ouarherda han vuelto a producir sus capas tradicionales para el mercado turístico. Sin duda, la excesiva atracción que ejercieron sobre el mercado gracias a su espectacular aspecto animó a las tejedoras a sobrecargar los akhnif modernos con bordados hechos a toda prisa, que contrastan con la delicadeza y mesura de los adornos de las capas antiguas. El interés del público por estos bordados, que aparecen sobre un fondo teñido de rojo o naranja, ha llevado a algunas tejedoras a aplicarlo también sobre el tipo de tejido o alfombra llamado glaoua (que mezcla dos tipos de tejido, anudado y plano, en la misma pieza). El éxito ha seguido aumentando, hasta el punto de que, curiosamente, la apelación akhnif se utiliza hoy en día para ese nuevo género de alfombra bordada más que para la capa tradicional masculina.
Nuestras dos piezas se llaman ambas akhnif a causa de esos bordados. Sin embargo, la relación con la capa no se limita a la presencia de unos cuantos motivos bordados. En los tejidos de Bahma, la forma oval del ojo sobre la capa tradicional se respeta como un leitmotiv, que da unidad a una composición que aparece cruzada, en su parte central, por una curiosa banda horizontal ondulada.
El tejido de Fátima es más complejo, en la medida en que ha recogido en una síntesis, tan magistral como conmovedora, los diferentes aspectos referentes a la producción familiar y privada: la disimetría, la expresión personal, y el lenguaje de formas y técnicas propios del akhnif tradicional.
Ninguno de estos dos tejidos puede considerarse fácilmente como alfombra o manta, es decir, como objetos utilitarios. Sin lugar a dudas, el contacto con el mercado de Marrakech ha hecho posible que nuestras dos tejedoras se liberen de la funcionalidad de sus obras. Quizá el hecho de haber dado ese paso hacia la realización de obras claramente no utilitarias sea lo que ha permitido a nuestras tejedoras integrar de manera tan armoniosa aspectos de los diferentes géneros de tejido tradicional en la realización de una obra moderna.
¿Estaremos asistiendo, tal vez, a la aparición simultánea de obra de arte y del individuo en un mundo que todavía es, en gran medida, tradicional?
Bert Flint es antropólogo cultural autodidacta. Fundador del Museo Tiskiwin de Marrakech.
Este texto fue publicado por primera vez en el catálogo editado con motivo de la exposición Tejidos marroquíes. Teresa Lanceta, organizada por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, del 1 de febrero al 3 de mayo de 2000.