Como si fuera un arpa
Mientras escribo estas palabras estoy visionando Urdimbre (2008) y Tramas (2008): dos vídeos de Teresa Lanceta en los que las imágenes de su telar se suceden rítmicamente, con el deseo de construir una imagen.
La urdimbre es un conjunto de hilos en los que se enredan cuidadosamente las tramas. Sin embargo, en esta ocasión, en lugar de tejido, se observa una proyección sobre un telar que está en construcción. Mientras se monta, tiene lugar un ejercicio sónico de percusión.
También se pueden ver las manos de la artista, aquellas que nos remiten al cuerpo apaciguado, tranquilo y concentrado en el gesto repetitivo que anticipa la representación y ejercita la imaginación. En Tramas, la representación la define un conjunto de flores, matices fugaces y destellos de luz. En Urdimbre, la define una sucesión cromática en la que se invierten los roles del propio patrón: la trama se tiñe de blanco y de la urdimbre asoma el color.
Después llega la mirada y, con ella, la confabulación. Aquella que describe esa otra trama: la interpretación. ¿Qué desvela esta representación? Teresa nos dice: «Para un botánico, una trama es una floración», y «para un escritor, un argumento»1. Pero, para una tejedora como ella, ese entrecruzamiento no solo da lugar a un objeto utilitario, sino que va más allá, se convierte en «un estandarte de cultura».2 Las personas tejedoras, escritoras o botánicas, en última instancia, somos presas de la composición.
En una conversación con un estudiante, Teresa cuenta que «tejer es como la vida, has de vivir con los errores e incorporarlos para construir algo que no esperabas».3 Tejer es un código abierto desde el que leer, transformar y transmitir un conocimiento, que es siempre complejo y circunstancial. El tiempo deviene unidad de experiencia de vida, coreografía medida.
Así, del mismo modo en el que Lanceta afronta el tejido, sin boceto y abrazando el error, escribo yo estas líneas, realizando un esfuerzo por abandonar la argumentación. Lo que me empuja es la admiración y una intuición. También la distancia corta, es decir, recurro al conocimiento que se desprende cuando se hace una exposición. La intuición crece con las palabras, mientras escucho las teclas creando una melodía truncada, con silencios que apremian y que se entremezclan con las sonoridades en las fronteras de nuestros cuerpos –teclas y cuerdas–, haciendo las veces de banda sonora.
«Añoro tener una voz capaz de cantar. Escribir es lo más cercano a ese deseo contrariado.4 Esta cita nos da pistas de por qué en Tramas y Urdimbre se desprenden los sonidos de los dedos, la aguja y el peine al pasar. Como si el telar fuera un arpa, y las palabras escritas, una voz. A las teclas, mientras tanto, otra composición. Porque en el trabajo de Lanceta la oralidad deviene historia, y Teresa sabe bien que la trama conspira en perjuicio de la memoria.
Por eso, recordemos: estos dos vídeos se realizaron en 2008 como secuelas del apagón financiero que abrió la brecha de la austeridad, la misma que dos años después se coló en el artículo 135 de nuestra Constitución en un caluroso agosto de vacaciones. Fue aquel verano de 2011 cuando nos «compraron las horas», que dice Lanceta, para rescatar a los bancos: «Todas las administraciones públicas adecuarán sus actuaciones al principio de estabilidad presupuestaria. El Estado y las comunidades autónomas no podrán incurrir en un déficit estructural que supere los márgenes establecidos, en su caso, por la Unión Europea para sus estados miembros.»5
Sin embargo, es otra trama europea la que nos presenta este telar: la de la reconversión industrial de mediados de los años ochenta, cuando el Estado español entró en la Comunidad Económica Europea, mientras yo nacía sin saber que esta historia definiría toda una vida. Como tantas otras, mi familia materna formó parte del gran éxodo del campo que forzosamente dejaría Andalucía. Mi abuela cosía, mientras que mi abuelo, también con sus propias manos, construyó las vías de un tren que más tarde nos alejaría. Con tan solo diez años, a mi madre la responsabilizaron de un almacén de naranjas y la hicieron viajar, mientras que mi mediterráneo padre –hijo de una espardenyera y de un reparador de barcas– recorrería a pedales treinta kilómetros al día para aprender el oficio de la carpintería.
Son historias comunes de los arrabales –o ravales– en la antesala de la democracia, territorios extramuros alejados del centro cuya fuerza centrípeta atraía, con mayor o menor fortuna, un imaginario de progreso, anhelo y deseo, que se multiplicaría en otras geografías con la complicidad de las promesas emancipadoras de las nuevas tecnologías; oficios y beneficios se distanciarían. Son historias que avanzaban mientras las condiciones de acceso territoriales se redefinían. Con trenes y aviones, se iniciaron nuevos períodos de vacaciones.
La turistificación de la experiencia en común se manifiesta con frecuencia en el trabajo de Lanceta. El vídeo Tramas incluye unas fotografías tomadas por la artista en el hogar de la icónica pirámide escalonada de Djoser, en Saqqara (Egipto), en la que Teresa tuvo ocasión de visitar un asilo de huérfanos cuando participó en una exposición de la XI Bienal de El Cairo. En este orfelinato, los menores tejían sin parar, ofreciendo, con sus imágenes, una de las pocas ocasiones en las que Lanceta recurre a ilustrar la otredad. Su trabajo, que abarca décadas, se erige contorneando la representación. Porque, como los indígenas bien saben, no se puede permanecer en la imagen. En el caso de las comunidades bereberes, de las que Lanceta tanto ha aprendido, en última instancia las alfombras recogen su visión. Pues sabemos bien que históricamente los bárbaros no fotografían, a ellos se les «capturaría». Quizás por eso, como las páginas de esta publicación nos muestran, los rostros acostumbran a escapar de sus historias para invitar a la confabulación.
Tramas, no obstante, es una excepción. En aquellos años ochenta de la reconversión industrial, nuevos patrones de competición y de cambio iniciaron un tratamiento de choque intensivo con el que equilibrar una oferta y una demanda que daría lugar al cierre de instalaciones, despidos y prejubilaciones. Un nuevo sistema de organización y gestión posfordista basado en los servicios y el turismo que obligó a destruir, entre tantos otros artilugios, muchos telares.
Por suerte, uno de ellos tuvo la fortuna de caer en las manos de Teresa, el mismo que deviene arpa y permite narrar esta otra trama que surge del apagón, no solo del financiero, sino del de la propia artista en un período de transición: un período en el cual, aunque dejó de tejer, no dejó de tramar. Como escritora o botánica, en aquellos años de desencanto y de cambio industrial, Teresa decidió crear desde otro lugar. La imagen en movimiento dio continuidad a una narrativa que abrazaba otra disciplina, en la que oralidad y etnografía se acercarían a la desaparición del trabajo como epicentro del reconocimiento recíproco y las relaciones sociales.
Cierre es la respuesta (2011) es una crónica plural que Lanceta creó el mismo año en el que el principio de estabilidad presupuestaria se impuso por encima del gasto social. El cierre de la fábrica de tabacos de Alicante quedaría registrado en las vivencias de una comunidad afectiva que nos recuerda que las individualidades siempre las conforman multiplicidades.
Ellas, las cigarreras, protagonistas de este otro vídeo construido con materiales videográficos prestados y relatos narrados, formaron parte de una historia de destreza y lealtad: una historia de una industria que se asienta en el siglo XVII en nuestro país y que, en sus inicios, se define por un particular consenso tácito entre patrones y empleadas que permite compatibilizar de manera extraordinaria labores, crianza y cuidados.
Este oficio artesano requería habilidades y experiencia. Sentadas alrededor de una gran mesa, las trabajadoras liaban cigarrillos sin cesar; cuando la industrialización se impuso, continuaron haciéndolo junto a las máquinas igual. De artesanas a operarias, estas mujeres encarnaban los peligros de una creciente alienación. Por ello tuvo lugar la conformación de un colectivo social y solidario entre compañeras, que trasformaría la fábrica en una plaza pública en la que conversar y relatar vivencias compartidas, disentir y narrar frustraciones adquiridas.
Madres, hermanas, primas y amigas. Cuando se crearon nuevos estamentos laborales, también surgieron algunas enemigas: «Divide y vencerás», se les decía a sus patrones para mejorar la competitividad. «De mi madre he heredado un espíritu luchador, social y obrero»,6 le explica a Lanceta con voz quebrada Carmen, hija, sobrina, nieta y biznieta de cigarreras. Estas son las herencias de una comunidad fabril truncada por el cierre de aquellos años en los que las fábricas, finalmente, acabaron trasladándose a otras geografías, principalmente a Marruecos y Europa del Este. Herencias cuyos procesos habían ido sedimentándose durante los tres siglos en los que las voces se situaban en las fronteras de sus manos maquineras, y que Teresa registró para conmemorar las labores colectivas como experiencias de vida.
Como sucede con Tramas, en la que los procesos de aprendizaje en Saqqara revelan los usos y abusos de una creciente turistificación, Cierre es la respuesta pone de manifiesto que también es posible afrontar la herencia como vector de experiencia de un pasado presente que afronta un futuro anterior. Una herencia, en definitiva, que no se entiende como legado teñido de culpabilidad, rechazo o desasosiego (colonial, racista, deudor), sino como potencia que liga temporalidades. La herencia, en última instancia, como sedimento de reciprocidades y corresponsabilidades.
Laura Vallés Vílchez es editora, curadora y docente. Directora de la editorial Concreta.