Gallinero
El punto de partida se encuentra en el relato del historiador bizantino Procopio de Cesarea, que en suDe bello Vandalico dice así:
Uno de sus eunucos se acercó al emperador Honorio y le dijo que Roma había perecido. Visiblemente impresionado, el emperador gritó: «¡Y sin embargo, ha comido de mi mano hace unos instantes!» Porque él tenía una gallina muy grande, su favorita, llamada Roma. El eunuco comprendió la confusión, y le dijo que era la ciudad de Roma la que había perecido a manos de Alarico. El emperador, con un suspiro de alivio, respondió rápidamente: «Pero yo, mi buen amigo, pensé que era mi gallina Roma la que había perecido.» Tan grande, dicen, fue la locura con la que estaba poseído este emperador.
La cita se refiere al famoso saqueo de Roma en el 410, llevado a cabo por los vándalos que dirigía el general Alarico. Edward Gibbon ya tomó precauciones hacia esta, literalmente, anécdota, que presenta al cristiano Honorio anclado a viejas costumbres paganas, débil, extravagante e idiota, y que desprecia a Roma, su senado y su enemigo Alarico. Pero, como diría Vinciane Despret, la pregunta adecuada es: ¿por qué precisamente gallinas?
Para nuestro propósito han sido interesantes las nociones sobre el conocimiento político del espacio en las gallinas descritas por el neurocientífico Giorgio Vallortigara en Cervello di gallina (2005), una expresión italiana como el dicho castellano «cerebro de mosquito». La medida del espacio tiene que ver con una percepción de comunidad: el movimiento del grupo, la distribución de alimento, el lugar de la puesta de huevos condicionan esa especie de movimiento esquinado propio del caballo del ajedrez. El animote, dice Derrida, debe sumar, a la vez, la zoología y el significado cultural del animal.
A Teresa Lanceta, la invitación a participar en este trabajo le atañe de distintos modos: por un lado está la alfombra en el cuadro del pintor australiano John W. WaterhouseLos favoritos del emperador Honorio (1883), pero también su conocimiento de la Disco Chicken (1988) de Martin Kippenberger; por otro, está ese regalo que fue el adagio de Bert Flint en el Museo Tiskiwin de Marrakech, «emplumarse es una forma de descolonización»; y finalmente su frase lapidaria: «Mi conciencia política empezó cuando apresaron al Lute y su primer cargo fue por robar gallinas.» Creo que Teresa Lanceta, en sus trabajos de suelo y pared, sus tapices, siempre ha ensayado otra forma de entender el espacio física y simbólicamente, consciente de la necesidad de un nuevo reparto que, en definitiva, es lo que estamos ensayando.
El tapiz que ha realizado Lanceta con las aportaciones de vecinos y amigos, que han regalado viejas prendas y lanas sobrantes, está tejido con diversas técnicas, aunque sea la jarapa –confección con trapos y retales– la dominante. Su dibujo parte de algunos suelos geométricos que en Roma albergaron la función legislativa de las gallinas. Los romanos nos dieron el Derecho, pero esas leyes, a menudo, debían ser ratificadas por el baile que realizaban unos pollos delante de los augures. Desde los mosaicos de Villa Livia Ad Gallinas Albas hasta el suelo de la Curia Julia, precisamente sede del senado romano en tiempos de Honorio, las gallinas significaron también la democracia plebiscitaria. Frente a las viejas prácticas de adivinación etrusca, el emperador prefirió el moderno auspicio del gallo sacrificado que, siempre en privado, dejaba ver su hígado. Los pollos significaban pares contradictorios: la religión arcaica y la plebe moderna, la sensatez de los viejos senadores y la extravagancia loca del emperador, el paganismo secular y la debilidad de los cristianos, pero lo que a nosotros nos interesa es el suelo mismo que estas contradicciones pisaban.
Nuestros gallineros están llenos de políticos, de filósofos y de idiotas; vaya, las mismas gallinas. Como en Le galline pensierose (2008) de Luigi Malerba, las gallinas son el ejemplo idiota. María Zambrano describió bien este caminar en el que la línea recta es desconocida, este bailar continúo rondando siempre alrededor de algo, ese menear pendularmente la cabeza diciendo no sé qué y esa expresión, que muchos entienden por bobería o idiotez, y que es solo comparable a la alegría del viviente que encuentra a la par amor y libertad. Siempre es un placer hipnótico observar a las gallinas.
Nuestro tapiz no tiene otra función que el de una lupa, un instrumental óptico para aumentar los placeres del que se queda mirando. También damos algunos textos y unas hojas de notas en las que poder seguir aumentando el número casi infinito de observaciones.
Texto explicativo con el que se acompañaba la instalación Cuadras/Gallinero de Pedro G. Romero y Teresa Lanceta para la Bergen Assembly de 2019.
Asamblea de Gallinas
GALLINA HOUELLEBECQ
« [...] No se trata solamente de nuestro exterminio. Cuando la descripción es despiadada y una siente que en la denuncia misma late cierto placer por el horror. Una fascinación por el mal. El propio Michel, que actúa como una especie de Woody Allen de lo siniestro, describe fascinado –y ese asombro tiene con el fascismo un parentesco que no solo es etimológico– nuestro exterminio. La industrialización de nuestra muerte. Hacinadas en granjas, sea poniendo huevos o criadas para ser carne barata, comiendo pienso como bestias al lado de nuestras compañeras muertas. Entiendo que es difícil denunciar eso sin que el propio lenguaje se tiña de muerte, de fascinación por lo siniestro. Pero se trata de eso, ¿no?»
GALLINA DEL PRAT
« [...] Injusto el tratamiento que nos da Orwell enRebelión en la granja, ¿verdad? Ese desprecio a las gallinas no se corresponde, no se corresponde… Jorge, o Georges, o Jordi, se basó en sus experiencias en Cataluña cuando comunistas, catalano-nacionalistas y republicanos reprimieron la revolución que anarquistas y gentes del POUM empezaban a poner en marcha tras el golpe de Estado de los católicos, nacionalistas y fascistas españoles… Y ¿dónde nos deja, entonces, a las gallinas? Las ovejas, según parece, son los campesinos del interior pirenaico, seguidores de las consignas que cualquier cerdo les marque. Pero ¿y las gallinas? Como caminamos a dos patas, como los humanos, estamos bajo sospecha; pero no, no somos solo comparsas ni alborotados espectadores…»
GALLINAS SOMOS (EN LA RED)
«Elegante, altiva, ligera y vigorosa, negra. Suave, blanda y delicada, trigueña. Pecho profundo, ancha y musculosa, blanca. Dóciles y cariñosas, las hay blancas y negras. Forma redondeada, vivaz y familiar, castaña oscura. Tronco alargado, más bien baja, dorada. Porte armónico y vigoroso, rojiza. Temperamento manso, buen tamaño, rubia. Seria, responsable, agradable, con don de gentes, honesta y con ganas de trabajar. Abstenerse curiosos.»
GALLINA EMPORDANESA BLANQUIRUBIA
«Es verdad, en el mercado sí que contamos. Nos compran y nos venden. No solo como alimento, también servimos de ponedoras o como putas o como kellys o como, simplemente, una piel a la que desplumar de sus finas péndolas para, incluso, poder escribir estas líneas. Y es que nosotras no solo tenemos lenguaje, también tenemos cosas que decir, reivindicaciones, opiniones concretas sobre cómo debe ser nuestro gallinero y cómo gestionar sus alrededores. Que las gallinas originarias, hijas de las más antiguas del lugar, se crean propietarias de este corral, es de risa. Claro, su corococó es distinto de nuestro coroc-coroc, nadie lo duda ni pide nada más que naturalidad. Pero un corococó no puede fundar dominio. Y ya las ves, cada vez se quitan más plumas y andan como los hombres, casi sin doblar las patas, altivas. Ni Primo de Rivera, ni la Guerra Civil; nada ha podido con nosotras y ahora, no sé, no sé, vamos a tener que volver al Penedés.»
GALLINA PENEDESENCA
«¡Si es que no tenemos cura! Parece como si la gripe aviar nos hubiera comido el cerebro. Pero esa gripe, peste, plaga o epidemia, parecía que había asustado especialmente a los humanos y habían puesto a sus técnicos a aplacarla. ¿Será que se olvidaron de nosotras en la cura? ¿Será endémica?»
GALLINA DE LEGANÉS
«“Que la vida es un continuo motivo de alegría” lo pensaba, embutido en una blanca bata de médico, el zorro mientras entraba en el gallinero para atender a las hermanas gallinas enfermas. Ese mismo aforismo también es dicho por muchos de nuestros políticos y hombres de pro, en sus paseíllos desde el coche con chófer hasta los juzgados donde se deliberan sus desfalcos, su 1 % o su 3 % en mordidas, o sus nepotismos; en fin, en sus muchos y diversos tipos de corruptelas. Como el zorro, satisfechos y sonrientes, se exhiben sin pudor con porte elegante, y nos lanzan miradas seductoras y desafiantes. No obstante, la confianza de los corruptos no debería extrañarnos, porque por experiencia sabemos que muchas culpabilidades quedan diluidas en la cosmogonía judicial o, en el caso de haber pruebas fehacientes de sus delitos, les suele caer como castigo una colleja, un tirón de orejas o un ya nos devolverás lo que puedas, cuando puedas… En fin, las gallinas, como nosotros, se huelen algo y miran entre recelosas y aterradas a ese aparente doctor, docto en comérselas porque a su médico de siempre, el que las cuidaba, a ese el mundo zorril lo ha destruido.»
GALLINA, LA BORDE
«¿Qué hizo aquel niño cuya enajenada madre lo había descuartizado y lo había guisado en honor de un santo, cuando este unió sus pedazos y le devolvió a la vida?1 Como reacción inmediata y directa, ¿se solidarizó e imploró por la gallina que lo sustituyó en la cazuela, convirtiéndose, en las postrimerías de la Edad Media, en un adelantado de la teoría anti-Edipo?»
GALLINA DEL PENEDÈS
«Pero, claro, hermanas y hermanos, ¡podemos recurrir a la violencia! Sí, no nos queda otra, es una senda peligrosa, pero… Sabemos que muchos de nuestros pollos han sido reeducados: los cara blanca de Sevilla han sido convertidos en jerezanos o canarios; la Malaya, el Sweater o el Shamo, en gallos de combate. Una familia terrible, sí, la nuestra… ¡que parecemos jauría! Y dicen que vienen a defendernos, y no solo van a acabar con el zorro o el granjero: acabarán también con nosotras. ¿Cómo vamos a parar a estos que –dicen– son de los nuestros? ¿Basta con quitarles los espolones? ¿Bajarles la cresta de guisante? ¿Picotazos de goma?…»
GALLINA VICENTA
«Mi marido antes los mataba, pero ya no quiere, y a mi hija le escalofría que yo lo haga, pero entonces les digo: “¿Qué, comemos el pollo vivo?”.»
GALLINA FÉNIX JAPONESA
«Tiene que haber una manera, ¿verdad? Poder hablar de la crueldad del mundo sin que su sombra afecte a nuestras palabras. La realidad –nacer, morir, ser devorados– no puede solucionarse con paños calientes. El baño María es nuestra cámara de gas. ¡Muchas veces nos despluman vivas! ¿Elegir entre una pepitoria o la fosa común? ¿Conformarnos con el humor negro?»
POLLO GUILLERMO CON CAPA DE ARMIÑO
«“¡Gallina, gallina!, gritaban con alborozo unos lobeznos vestidos con sus mejores trajes, cuchillo y tenedor en mano. Su madre, la loba Máxima, movía con amorosa energía una sartén en la que guisaba un gallo de raza Jærhøne, de cresta y plumas soberbias, cuyos ojos derramaban lágrimas que parecían diamantes. La escena era de una belleza extraordinaria; los sentimientos, contrapuestos, pero, de un lado y del otro, justos y atinados.” Extraído de un debate de investidura en el Parlamento Europeo. Hubo muchos aplausos y algunos abucheos.»
GALLINA BURUNDI
«Para el que no tiene acceso a ellos, los alimentos son productos de primera necesidad; para el resto, es responsabilidad. De necesidad a débito, de consumidor a partícipe. Campos de almendros, bancales de cerezos, huertas y viñas somos. Y gallinas y cobre.»
POLLO BERGER CANTADOR
«Es cierto, una gallina no es la suma de sus despedazados miembros: pechuga, muslos, alita, higadillos, corazón… no dan un pollo. Lo cierto es que la especie, acuciada por depredadores de todos los órdenes, encontró en la domesticación una forma de supervivencia. Somos cientos de especies y millones de individuos e individuas gracias a ese proceso de civilización, y así nos hemos extendido por todo el planeta. Como especie, dirán los científicos que somos un éxito. El cielo, nuestro paraíso, es la exposición en la carnicería kosher, el delicatessen o el supermercado. Pero ¡no somos
idiotas! O, mejordicho: tenemos derecho a ser idiotas, a vivir la alegría del momento, la felicidad del campo… El derecho a ser improductivas. ¿Y el canto? ¿Acaso no es apreciado mi canto?»
Textos de Pedro G. Romero y Teresa Lanceta
1 En una fachada de la heroica ciudad de Morella se conmemora este milagro de San Vicente Ferrer con un hermoso mosaico.