Estos textos rememoran los viajes que Teresa Lanceta hizo entre 2009 y 2015 en busca de mujeres tejedoras, incluyendo a las que conoció solo a través de sus tejidos. Parte de narraciones orales sobre aquellos momentos, lugares y personas que la acogieron, y lo que vivió, oyó y sintió.
LA HANDIRA BENI OUARAIN
Capas o handiras en el Atlas Medio
En el Atlas Medio, las mujeres Aït Ouarain heredan una hermética tradición textil cuyo dominio les permite tomar decisiones que hacen único cada uno de sus tejidos.
Las handiras son tejidos de lana con los que las mujeres se envuelven, a modo de capa, para protegerse de los rigores del invierno y para mostrar, a través del dibujo y del color, su pertenencia a un grupo y a una confederación étnica específicos. Las handiras tienen un lenguaje visual asombroso: lo que a lo lejos parece una monótona sucesión de franjas, la mirada atenta y cercana lo percibe como una geometría vibrante y en continuo movimiento, ya que los finos y complejos dibujos presentan numerosas variaciones, apenas perceptibles, que crean puntos de interés cambiantes e incesantes relaciones.
Yo tengo tres. No son piezas de anticuario ni de colección, pero, aun así, les tengo mucha estima. Como mercancía, estas handiras estuvieron sujetas a un intercambio económico poco igualitario, difícil de contradecir; por eso pague lo que el mercado marcaba, sabiendo que el mercado es una convención que no equilibra el valor del trabajo, y que las transacciones comerciales no suelen hacerse en justa balanza: lo que para unas personas supone una ventaja a la que no se quiere (o no se puede) renunciar, para otras es una imposición imposible de eludir. Por muy poco dinero, tejidos y todo tipo de enseres valiosos se van lejos de donde fueron concebidos y, al tiempo que cambian de manos, mudan también de uso y de sentido. Patrimonio… y jóvenes: los bienes más preciados son continuamente absorbidos por el mundo dominante.
La capa de armiño, una imagen de la realeza. El cuerpo como espacio público usurpado y vacío
En un cuadro de Leonardo da Vinci, una joven sostiene un armino.1 Se trata del último armiño vivo, al menos en la historia del arte. A partir de entonces, estos animales aparecerán apenas adornando el rostro de alguna dama, en una ocasión reflejados por los pinceles de El Greco en un retrato que inspiraría una película española, La dama del armino,2 cuyo título y cuya historia serian retomados enseguida por Ernst Lubitsch.3 Desde la época de Leonardo, todos los armiños han sido despellejados para la ostentación del poderío de quien deseaba lucir sus pieles, como en los cuentos: malvadas madrastras, y gordinflones y desaprensivos reyes Midas.
Las pieles siguen usándose incluso allá donde el clima es de inviernos cálidos, aunque los armiños han sido sustituidos por visones de granja. Hasta que el día 30 de abril de 2013, en la noticia de la coronación de los reyes de Holanda, el armiño surge de nuevo, esta vez en forma de capa. Lo dicho: como en un cuento. !Oh, Holanda, país admirado por tus logros sociales, por tu defensa de los derechos humanos, tu respeto al medio ambiente, tus bicicletas y tus canales! !He aquí que nos ofreces un monarca con capa de armino! !Holanda, tú que albergas la Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas, y que has separado eficazmente el mercado de la marihuana del de las drogas duras! !Ay, Holanda, tú que hiciste de las flores moneda, y de Amsterdam la ciudad deseada por todos…! !Precisamente tú coronas a tus reyes con capa de armiño!
En internet encontramos una imagen estática de ese suceso. En ella posan los nuevos monarcas, acompañados por los invitados de la realeza internacional, como si estuvieran suspendidos en un tiempo ficticio, inexistente –de tan largo–, congelando el momento como solo saben hacerlo la fotografía y los herederos de gran abolengo, que transforman en eterno el momento de heredar. En la imagen la realeza, como si de una composición hecha con figuras de cera se tratase, denota una inmovilidad que se diría activa, y que es garante de su actual estado. Uno a uno, los personajes retratados parecen afirmar con claridad: somos quienes rehúyen lo que en tiempos pasados fue campo de batalla. Poder y poderío en los símbolos, en las posturas, en los trajes, en las valiosas joyas, en la tiara de zafiros de Cachemira y diamantes sudafricanos de la recién coronada reina. Pero nada, nada como la capa de armiño con la que el rey se ve a sí mismo doblemente investido.
Internet, que a veces parece apartar una cortina para mostrar la verdad, afirma que esta capa de armiño es una simulada reconstrucción de la auténtica, vestida por una antepasada en su coronación; pero esto, al rey, no parece importarle mucho. Tampoco la realeza es real: es un cuerpo inerte. Por ello, en las fotografías se echa en falta la contención hierática con la que en el pasado manifestaban su dominio zares, emperadores y reyes. Más bien pareciera que la alegría indisimulada de esta familia real actual, en Holanda, se debe a que ≪les ha tocado el gordo≫. Incluso Cate Blanchett resultaba más convincente en Elizabeth,4 pues su poder radica en el dominio de su arte.
Acompañando la capa de armiño aparecen una espada, galones, una banda y una mujer con tiara, de una opulencia innegable, cuestionada tanto en Holanda como en su país de origen. La dama del retrato de Leonardo, en cambio, sostiene un animal doméstico que, por aquel entonces, se utilizaba para el exterminio de ratones y ratas.
Dice internet: ≪Las princesitas están muy bien educadas. La más pequeña es adorable, hay que pensar que solamente tiene seis años.≫
LA MUJER TEJEDORA, LA TEJEDORA MUJER. EN LAS ALTAS MONTAÑAS
La vida transcurre en un intervalo profundamente olvidadizo.
La handira
En su modestia, esta capa contiene la sabiduría de la abstracción textil y de la cultura que encarna. No ofrece la sutileza de las piezas de gran valor –su abstracción no es tan rica, y su técnica es menos depurada–, pero desprende frescura y alegría. Quizá su destino fuera la venta inmediata, o bien hubo otras necesidades en las que ocupar el tiempo, o simplemente es obra de una chica muy joven… Sea como fuere, tengo esta handira desde hace más de veinte años y aún sigue emocionándome, pues me hace sentir no su estilo ni su época, sino a la persona, a la mujer que la tejió, con la que, aunque no coincido ni en el lugar, ni en el tiempo, ni en las creencias, sin embargo, tengo mucho en común. Esta handira me hace pensar en la joven tejiendo mientras cuida de su familia, habla con sus amigas y vigila el rebano bajo el cielo, entre pastos y flores, en su búsqueda de la alegría. Siento que es una mujer que vive, comparte un cielo conmigo y está allí como yo estoy aquí. Esa mujer se ha desvelado como una persona concreta con una vida propia. Y esa persona, esa mujer, es como yo; ha nacido como yo, y tenemos los mismos derechos profundos. En el fondo somos bastante iguales. Todos los seres humanos somos iguales, aunque seamos únicos, diferentes, algo que las handiras me hacen sentir con mucha intensidad.
Así, a través de esta handira he recibido un regalo inesperado, una aseveración concisa: me ha desvelado la presencia de alguien. Me ha advertido de la existencia de una persona concreta en lugar de un ser anónimo, anodino e intercambiable. La handira no revela un nombre ni precisa un lugar, pero señala a un ser real y vivo, poniendo al descubierto que el arte colectivo no es ni un magma uniforme, ni una mano enorme que lo hace todo: se trata de personas concretas, una a una, únicas y singulares. Esta handira me ha ensenado que el objeto artístico no es indiferente; pone en relación a las personas por encima de cualquier otra consideración. ¡Cuántos vaivenes culturales, cognitivos o emocionales ejercen entre sí los seres humanos desde el anonimato a través de los objetos artísticos!
La piel
El viento es continuo y muy fuerte, lo que endurece su piel. Cuando tocan la mía, me da la sensación de que la encuentran cruda, blanda… Y pienso que no tiene por qué gustarles.
Ayer tuve un sueño. Bob Marley recorría el pasillo del Teatro Campoamor de Oviedo: le habían concedido el premio Príncipe de Asturias de las Artes. No iba solo. Le acompañaban sus músicos y unos niños jamaicanos. Por el volumen de sus gorros y por la musicalidad de sus andares frágiles y acompasados, los rastas recordaban a los marcianos de MarsAttacks,5 solo que la música no despachurraba ningún cerebro, sino que, por el contrario, inundaba de alegría a los presentes, que quedaban extasiados de felicidad. A medida que los rastas avanzaban por la sala, la gente se movía con ritmo y los colores subían de tono. Las puertas se abrieron a los curiosos apostados en la calle, que entraron sin impedimentos. La reina Sofía, a la que el rosa pálido del vestido se le había transformado en un rojo fluorescente e intenso, bailaba con dulzura y despreocupación, y a través de la televisión las vibraciones llegaban hasta el último rincón del planeta, por lo que se veía con claridad que Bob Marley, en realidad, era un ángel venido al mundo a decirnos que el amor es lo único que importa.
Cuando escucho One Love, ya sea la primera o la infinitésima vez, ya sea intencionada o no, mi escucha, mi sensación, siempre es gozosa. Bob Marley y sus canciones constituyen una especie de globalización del bien. Hablan de la plenitud de la humildad y del amor. Oyéndole, la gente sabe que ese modesto cuartito que él le ofrece a su amada en sus canciones es el lugar donde habita la felicidad.
Las canciones de Marley son baladas que se escuchan e imitan en todos los continentes. No todas las manifestaciones artísticas consiguen esa universalidad; algunas remiten a un entorno concreto, a una cultura, a una historia y a unas necesidades específicas; están apegadas a un lugar o a un tiempo, como las handiras o los ahidous, los cantos y danzas bereberes. Y no deben ser avasalladas por ello.
Aunque la industria cosmética experimente incluso con animales para conseguir una piel suave, cruda y blanda, es posible que haya quien prefiera las pieles ásperas y endurecidas bajo el sol ardiente y un viento continuo.
Curiosidad
Había dos preguntas divertidas, jocosas. Una planteaba como eran los hombres no circuncidados, y la otra como era una discoteca. Estas preguntas han perdido totalmente su interés. No, no puedo olvidar que han pasado muchas cosas graves, y que las situaciones se hacen cada vez más radicalmente insoportables. La curiosidad que se sentía por saber cómo es el mundo del otro ha sido reemplazada por el interés en sobrevivir en el mundo del otro… y eso siempre resulta doloroso.
La inocencia tiene dos acepciones: carencia de malicia en las intenciones y ausencia de culpa ante hechos dolosos. La inocencia en el sentido de candor, ingenuidad y falta de experiencia forma parte del proceso de crecimiento y aprendizaje, por lo que durante la niñez se la protege y se la valora en extremo. Cuando tiene este sentido, la inocencia es luminosa y constituye una puerta al conocimiento y a las emociones, mientras que, en los adultos, cuando implica ausencia de responsabilidad y menosprecio por las consecuencias de los actos, es una forma de violencia no justificable, ya que saber constituye un compromiso inherente al ser humano.
En los ochenta no existía el low cost turístico; lugares como las Ramblas de Barcelona o el barrio de Santa Cruz de Sevilla todavía no se habían convertido en parques temáticos ni en remakes de sí mismos. Marrakech recibía mucho turismo, pero esa perversa norma que obliga a hacer más real la realidad no estaba extendida más allá de unos cuantos bazares y restaurantes, y no alcanzaba en absoluto a las zonas rurales. Entonces yo viajaba por lugares donde el telar presidia el hogar. Sentíamos curiosidad e interés las unas por las otras, y cada una ocupaba el lugar que le correspondía. Era la época de la inocencia, una inocencia para la cual todo está bien.
≪Nosotros, extranjeros, solo vivimos situaciones provechosas y no tuvimos que sufrir, mas allá de algunos percances anecdóticos que a la postre nos divertían.≫6
De tú a tú
≪No≫ sería la respuesta a la primera pregunta. ≪No≫ sería la respuesta a la segunda pregunta, ≪no≫, a la tercera y a la cuarta… Y así sucesivamente, hasta llegar a un ≪si≫mas demoledor y desesperanzado que las negaciones anteriores.
El color negro
Recuerdo especialmente una noche: la oscuridad era tan intensa que puedo decir que vi el color negro. No el oscuro, sino el negro. De lejos, todo tendía al negro y era imposible discernir nada. Nada. Nunca he visto nada igual; de cerca se percibía algo de luz plateada, pero de lejos no se veía nada en absoluto.
En el sur, el claroscuro marca el día. El sol quema y deslumbra, empujándonos hacia la sombra, que nos permite ver.
Después de rodar durante varios días por caminos inexistentes que más bien eran pedregales, el coche se estropeó. Era muy tarde cuando una familia de pastores, cuya casa estaba en lo alto de la montaña, nos dio cobijo. Cenamos y nos echamos a dormir en una tradicional sala alargada. A medianoche me desperté y quise ir al exterior. La oscuridad era tan profunda que no me atrevía a moverme. Permanecí en pie. Unos segundos más tarde noté un ligero tanteo. Una mano me cogió del brazo y me guió en silencio, por delante de la casa, hasta una pequeña explanada donde estaba el corral. Entre las densas nubes que cubrían el cielo asomaba alguna estrella, cuyo brillo plateaba los objetos de mi entorno.
Yo estaba conmovida. Había visto el color negro. No la penumbra, ni las tinieblas: el color negro. No la oscuridad tenebrosa, ni tampoco la ausencia de luz, sino el color negro: estuve en él.
TRADICIONES TEXTILES
≪Te llamaras Fontaine y seras arte≫, dijo.
Hablar de tradiciones textiles es hablar de tradiciones amenazadas y de pueblos con serias dificultades. Es cierto que el trabajo textil es una ayuda importante a la economía del hogar y un soporte económico, cultural y vital, pero no deja de ser el punto de apoyo de un mundo que se tambalea.
El canon o la belleza de la diferencia
No siempre es necesario ser explícito. Quien lo asume sabe cuándo pueden transgredirse el orden y la simetría sin destruirlos. La tradición lega la posibilidad de modificar, de realizar una creación única que transforme lo heredado. La excepcionalidad que forma parte de nuestras vidas enriquece esas redes geométricas. La belleza de la diferencia.
El Tribunal de la Inquisición fue creado como instrumento de represión y persecución. Durante el reinado de los Reyes Católicos, el poder político se sumó al eclesiástico, y las causas nacionales abrazaron la defensa de la pureza espiritual. Aumentaron considerablemente los acosos. Y las condenas fueron amplias y agresivas. El poder absolutista fue la opción escogida por la Iglesia y los Reyes Católicos; una y otros temían que la larga coexistencia con judíos y musulmanes, unida a la dispersión que marcaba la territorialidad, pusiera en peligro la construcción de un estado moderno, unificado y homogeneizado.
Auto de fe7 es una tabla pintada al óleo por encargo del Gran Inquisidor Tomas de Torquemada para la sede del Tribunal de la Santa Inquisición. La tabla lleva la intensa carga propagandística que había demandado Torquemada, puesto que muestra con claridad la determinación con la que iba a perseguirse cualquier clase de heterodoxia. El mensaje era evidente y directo: la causa, justa, y el castigo, merecido. Los personajes están pintados con minuciosidad: podemos apreciar que el condenado que va a subir a la hoguera, cuerda al cuello, tiene pelo crespo y nariz aguileña, rasgos que, sin lugar a dudas, se asociaban a judíos y a conversos. Actualmente, Auto de fe trasciende la ideología interesada del comitente y se convierte, sobre todo, en testigo de crueles sucesos; ha perdido su primitiva función ejemplarizante, y testimonia de forma inequívoca e irrebatible la cruel actuación de la Inquisición española y su violenta justicia. Por eso es arte.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos lanzó el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa. El Plan Marshall ofrecía ayuda a cambio de una serie de contrapartidas; entre ellas, marco límites al cine europeo para favorecer la expansión del americano, y ocupó también las mejores salas expositivas europeas para desplegar en ellas el arte de Estados Unidos. El expresionismo abstracto, especialmente la pintura de Jackson Pollock, se mostró en grandes exposiciones itinerantes en las que el público europeo, además de apreciar la calidad de su pintura, comprendió que en Estados Unidos comenzaba una era en la que el espacio se estaba expandiendo y la acción desbordaba los límites del cuadro. Las propuestas del mejor arte americano coincidían con las que proyectaba su gobierno, el cual, más allá de sus fronteras, ejercía un dominio cada vez más general en el ámbito económico, político y cultural.
Los tejidos nómadas transmiten cultura y arte al tiempo que cubren necesidades de primer orden: las jaimas (tiendas nómadas) cobijan a los pastores y a sus familias, las alfombras les sirven de cama y suelo y les protegen de los fríos inviernos, las handiras y los haiks son a un tiempo capa y emblema tribal y social. En Occidente, en cambio, por lo general el arte se ha ido desligando de lo funcional. Pero poner límites al arte, y hacerlo incompatible con el uso práctico, es negar su universalidad y su historia, que nos muestra como los medios y la función han cambiado a lo largo de los siglos. ¿No es una arbitrariedad negar la creatividad a personas con un entorno de escasos excedentes cuyo arte favorece la subsistencia?
El tiempo y las horas
¿Cuantas horas ≪tiene≫una alfombra? ¿Cuantas horas le han dedicado quienes la han tejido? ¿Cuantas les han pagado quienes la compran? ¿Qué necesidades pueden cubrir las autoras con la venta de sus alfombras? Las tejedoras son machacadas por una cómoda demanda que rompe la unidad del tiempo en la que transcurre su vida, convirtiéndolo en horas de trabajo desgajadas de la propia existencia.
Las horas enajenadas arañan el tiempo hasta dejarlo inservible. Son horas de desapego que roen y rasgan; horas de explotación, de injusticia. Alfombras, capas y cojines –algunos muy sencillos y humildes–, que se crean en zonas áridas de extremo calor o en altas montañas de rigurosísimos inviernos. Allí, en medio del imponente y duro paisaje, viven unas mujeres portadoras de un lenguaje autónomo propio, peculiar y hermético; un lenguaje textil que habla de una comunidad, una cultura y un arte. Hoy en día, estas tejedoras esperan la vuelta de los hijos y nietos que han ido a parar a grandes ciudades y tierras extranjeras, y que incluso son, para muchas de ellas, fuente de sustento. Mientras van sorteando las dificultades de su vida, que unas veces se pueden vencer y otras humillan, yo pienso en ellas.
Gracias
La belleza de estos tejidos me indica de continuo que un equilibrio se ha roto. Estas mujeres, cuya subsistencia está condicionada por la naturaleza y cargada de grandeza –pero también de tremendas dificultades–, y cuyo entorno marca todos sus actos, han hecho arte. En la periferia de las periferias han hecho arte: un arte útil, un arte para la vida. Por ello, lo único que puedo decirles es: ≪Gracias.≫
En mi sueño, las primeras palabras de Bob Marley en los Premios Príncipe de Asturias estaban dedicadas a los gitanos ganadores del certamen anterior, lo que entusiasmó a los asistentes, que aun recordaban aquel tropel de hombres y mujeres, algunos bajados del cielo, que cantando y bailando les habían arrebatado el alma a los allí presentes. Momentos antes de la entrega de los premios, los organizadores estaban un poco asustados y un tanto arrepentidos por el guirigay desacompasado, sin orden ni concierto, que los gitanos formaron antes de entrar en la sala: ellas hablando alto, colocándose bien los sujetadores y las tiras de las sandalias; ellos, mirando que no hubiera ni una pequeña arruga en su traje, entonando, taconeando y dando palmas. Una vez en el teatro, el enjambre se apaciguó y recorrieron el pasillo con ceremoniosidad, pero a medida que avanzaban hacia el escenario volvieron las charlas, los nervios y las gracias para atraerse las miradas del público, porque, a pesar de ser una ≪raza≫en la que prevalece la familia y lo colectivo, los individuos pugnan con todas sus fuerzas por destacar. Así, cuando llegaron al escenario, los nervios habían disgregado a los mas jóvenes, que se reían; alguno de ellos rasgaba la guitarra. Visto por televisión, aquel había sido un espectáculo maravilloso.
En justicia, el flamenco es patrimonio de la humanidad y, aunque no es tan conocido como el reggae, tanto uno como otro rompen corazones más allá de los límites de sus propios mundos. El flamenco es un desgarro interior de una magnitud extraordinaria, una añoranza infinita. Cuando el arte colectivo permite que sus individuos se manifiesten, se vuelve grande.
Cuando les tocó el turno de palabra, después de ser presentados por el Príncipe de Asturias, los gitanos –la Niña de los Peines, su hermano Tomas, la Fernanda, Melchor de Marchena, el Terremoto, el Borrico– se expresaron como mejor sabían: cantando y bailando. Entonces, tanto los presentes como quienes estaban ante el televisor comprendieron que aquel era uno de los premios más justos y acertados, y que, aunque los gitanos hubieran llenado el escenario por completo, no sobraba nadie de los que estaban allí; al contrario, se echaban en falta los barrios de Santiago, Triana o Utrera al completo.
ENTRE ALFOMBRAS Y TEJIDOS
El padre
Sabía que había sucedido algo grave, que se sentía un gran pesar. Su padre estaba profundamente serio. No salió a hablar. Se hizo el silencio.
La madre
Su madre, ella y una de sus hermanas fueron andando con rapidez. La actitud de la madre no las invitaba a hablar, y estuvieron andando mucho tiempo hasta llegar al lugar donde vivían algunos parientes suyos. Tampoco supo de qué habían hablado allí, pero el camino de vuelta fue mucho más distendido y su madre estuvo más tranquila.
El hermano del padre
Recuerda que, una noche, llegó un hermano de su padre. Ni siquiera entró, y ella nunca supo si había venido a despedirse definitivamente o a preguntar si se podía quedar con ellos y no se lo permitieron. Nunca supo cual había sido su falta, cual había sido la causa de aquel silencio.
Las cerezas
Puso las cerezas en el regazo de la hermana y fueron comiéndoselas; aunque nos invitó, ninguno de nosotros quiso interrumpir el baile de sus manos mientras las iba cogiendo poco a poco, una a una. Después se levantó y repartió unas cuantas entre nosotros. Pero ninguna cereza sería tan roja, ni tan dulce, como las que nos dio en su despedida.
Ladera abajo
Sus pies no eran pezuñas que se agarrasen a la roca ni tampoco ventosas que se sujetasen a la arena, como le decían los niños en sus juegos. Cuando murió su marido, le entraron deseos de correr ladera abajo por las pendientes más escarpadas y sentir, como antaño, que el aire la mantenía en pie.
El viento helado, la hija
Otra vez el viento helado y la vuelta a la casa. Cuando marchaste, [ella] abrazaba los árboles y pegaba la cara contra el tronco hasta oír tu voz y sentir tu aliento.
Azrou, el más bello bosque de cedros. El cedro viejo
A mi hermano
Los cedros pueden vivir dos mil años. El solo vivió cincuenta.
El hermano vigilaba el rebano desde el cedro viejo, el dibujo irregular de cuyas ramas le atraía profundamente. Aquella mañana se fijó en las hojas, apiñadas de manera persistente y punzante, igual que sus propios sentimientos desde que había sabido que los animales estaban enfermando.
La alfombra
Era impresionante y espectacular, muy bella. Había voluntad y necesidad de que así fuese. La madre y, ahora, las hijas, no solo querían mostrar lo trabajadoras que podían ser, lo eficaces que eran con el ganado, en el campo y en sus tareas cotidianas, sino también la inteligencia, la gracia y el genio con el que abordaban la creación de obras extraordinarias y renombradas.
Su sobrina y nuera
Su sobrina, que entonces era su nuera, la sorprendió. Había transformado completamente la alfombra que la suegra (y tía) estaba haciendo, y que le había cedido cuando se casó con su hijo. Por aquel entonces las alfombras tardaban muchos años en tejerse, y cada generación les imprimía nuevos conocimientos y variaciones, aunque todos ellos tendían a la unidad. Aquella vez, sin embargo, ella cambió radicalmente la parte que le correspondía: le saco del todo la complejidad y le aporto al dibujo una ligereza extraordinaria. Se estableció, así, un contraste bastante marcado que le daba gracia al conjunto, que resultaba sorprendente y que mostraba muy bien con cuanta inteligencia iba a defender su vida aquella chica. Le pareció muy perspicaz, porque aceptaba seguir tejiendo aquella alfombra, pero transformaba su dibujo, e incluso llegaba a dominarlo… Tantas cosas transmitía la parte de la alfombra que su sobrina había tejido.
Oro
Era igual que un colgante de su madre que había pertenecido a su abuela, solo que de otro color, y por ello causaba una impresión completamente distinta. Ella supo que era de oro porque lo escondió inmediatamente. Su reacción la colocó donde nunca había estado: en el lugar de la no-inocencia. Era pesado tener que esconder todo el tiempo el colgante para que no lo vieran ni su madre ni sus hermanos: tenía que cambiarlo de lugar continuamente, hasta que un día desapareció de donde lo había escondido y ya nunca más se supo. Quizá aquella carga hubiera recaído en alguno de sus hermanos o en alguno de sus vecinos. Nunca podrá saberlo, porque seguramente quien lo encontró también lo escondió de inmediato… Y así supo que era de oro.
Los nietos de Salt
Los dos hermanos eran muy, muy alegres. Con su alegría y sus novedades invadieron la mente de todos ellos, y abrieron los corazones a unos deseos que nunca habían sospechado que fuesen a ser tan ardientes; tanto, que hasta laceraban sus entrañas.
Eran adolescentes que no añoraban, sino que deseaban. La añoranza quedaba para los padres, que habían conocido las montañas, los arboles… Para aquellos que tenían una pantalla en lugar de un cielo, la nostalgia no existía: su mundo era un presente que retomaba un misterio lleno de esperanza.
Los nietos de Quebec
Taninya había mirado a uno de sus primos, y aquel primo, a su vez, la había mirado a ella, pero ambos sabían que nada los iba a unir porque todo los separaba. Quebec era aquel jersey rojo de la prima, con el que estaba tan hermosa. Quebec era un lago. Quebec era algo muy lejano. Quebec era la escuela donde aprendían Informática, que había sustituido de manera fulminante a las montañas.
URDIMBRES, NUDOS Y TRAMAS
Cada nudo es un pensamiento. Desde aquel día, siempre fue el mismo.
*
Si ella expresaba un deseo justo en el instante en el que un garbanzo, al hincharse, rebotaba contra la olla, este se cumpliría. Pero nunca pudo ser tan rápida, por más que lo intentó.
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Enviaron a unos chicos –dos hermanos y un primo– a un pueblo cercano a recoger unos enseres. ≪Id rápido, sin entreteneros≫, dijo la madre. Pero no les dio tiempo a llegar: en un recodo del camino los esperaban el padre y el tío. No bien los vieron, los muchachos comprendieron de qué se trataba. Con las varas que utilizaban para castigar al ganado, los molieron. No fue el haber matado un jabalí y habérselo vendido a unos extranjeros lo que les valió tantos palos, sino el hecho de que la venta hubiera trascendido en el pueblo. Y, además, ¿dónde estaba el dinero?
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Trabaja en el campo, cuida del ganado y de las abejas, muele el trigo, prepara el pan y la comida, va a por agua, hila, teje, atiende a los niños y asiste a los mayores. Esta mujer, toujours malade, es una hija amada, aunque sus ojos achinados, su torpe hablar y sus andares desmañados la diferencien de las hermanas y de la belleza, aun recordada, de la madre.
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Se le cayó una y otra vez, tantas veces que cuando la tiró con rabia al barranco ya no servía para nada. Con su acción quiso mostrar que era un bulo que la vasija se le hubiera rebelado.
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El burro trotaba hacia la fuente con alborozo. Al regresar, con los bidones llenos de agua y desandando un camino pedregoso y empinado, el animal resbalaba y se torcía las patas, pero no le importaba, o no lo guardaba en su memoria, porque siempre volvía a apresurarse, vivaracho, por llegar al agua, como si la vuelta no existiera.
Las chicas iban también de buen grado, alegres y cubiertas de cielo, esperando encontrar a alguien en aquella vereda. Después, ya crecidas, no tanto. Más tarde, emigraban.
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Oía historias sobre unos leones que habían atacado a unos niños.
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Los pensamientos consuelan la soledad del maestro.
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Cuando el viento soplaba fuerte en invierno, la cicatriz chillaba más de lo que ella misma había chillado el día que ocurrió el accidente.
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Al final de la tarde un vecino, recluido en la casa, lanzaba un grito; uno solo, largo y entrecortado. Que aquel grito fuera más agudo durante la luna llena, no lo creía; tenia siempre el mismo tono, y siempre lanzaba el mismo augurio: que la noche estaba llegando.
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Nadie lo decía en voz alta ni a la luz del día, pero de noche, en la intimidad del fuego, unos a otros se avisaban de que, en los alrededores del gran zoco, habían desaparecido unos niños. Esta vez no hablaban de brujería ni de conjuros de mujeres. Algunos susurraban: ≪La corrupción mata.≫
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≪Cuatro hijas no son cuatro esposas≫, le decía.
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La diferenciaba la falta de timidez. Aunque la fingía.
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Y la sangre salía a borbotones…
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La torpeza, la soberbia y el abuso de los hermanos arruinaron a la familia.
La madre fue sacrificada.
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No deja de pensar por qué fue tan inflexible con su padre, como le reprochaba sus ahogos, en un momento en el que el miedo le señalaba el futuro y le impedía defenderse.
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Era la reina de la calle. Rechazada por familiares y vecinos, era muy amada furtivamente; también por su marido, que vivía con holgura del deseo oculto de los hombres.
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Circulaba una confidencia inquietante y abrumadora: una extraña enfermedad
había atrapado a algunos jóvenes que habían estado en contacto con ciertos extranjeros. No había remisión para quien la contraía. Los médicos evitaban atenderlos, y algunos hospitales los rechazaban. Dolor y muerte. Una enfermedad maldita que había dado voz a muchas madres, que reclamaban justicia.
*
Marcharon dos hermanos a Rabat, uno de ellos volvió para casarse.
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Le dijo su esposa: ≪Es tan grande el desamparo en el que me quedo, y el que tú tendrás cuando te vayas, que no puedo menos que asustarme.≫
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≪ ¡Que nos veríamos cada año!≫Luego pasó a ser cada dos. Un año es muy largo, pero aquel era el plazo. Después, ≪cuando pudiera≫.
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De los dos niños venidos de Madrid, la mujer solo banaba a uno. En la desnudez del otro se leía la razón: no era su nieto.
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Adiós al mimbre y a la lana. Adiós al tejer, a combinar colores y hacer nudos rápidos, adiós a ornamentar una pared o a componer un artesonado. Adiós al tiempo de siembra y de recogida, adiós a cincelar el hierro o hacer el pan. Ahora se aprende rápido, mientras se descubren las costumbres, manías y maneras de los nuevos jefes, que las manifiestan con claridad y premura. No son muy complicadas y ellos apenas necesitan
ordenes, mas allá de: ≪No mezcles los detergentes y limpia detrás de los aparatos≫, ≪Es obligatorio ponerse el casco durante las descargas de material≫o ≪Cuanto más rápido lo hagáis, antes dejareis de respirar los insecticidas≫. Así son.
*
Adiós al rombo, adiós a la inocencia.
*
Atravesaba la oscuridad buscando colores estridentes y olores agrios. Había alegría y fiesta; también desesperación, injusticia y abandono.
ROSAS BLANCAS
Las rosas blancas son las que con mayor esplendor lucen el rojo de la sangre.
La madre del hijo
La madre del hijo no es la misma que la madre de la hija.
¿Macaco o hiena?
El que su hermano fuera quien iba a determinar su vida llenaba de zozobra a la muchacha. Aquel continuo y soterrado temor se atenuaba cuando iba con las amigas a buscar leña o a cortar hierba para el ganado. Por el camino, hablaban y jugaban a encontrar similitudes entre animales y vecinos. Uno era una cabra: ≪¿No le veis el mentón?≫Otro un cordero, por su mirada. Su hermano, un macaco, sugerían las amigas, refiriéndose a sus agiles movimientos, su continua inquietud y su gracia.
Ella nunca lo discutía, pero cuando las otras decían ≪macaco≫, ella oía ≪hiena que ríe≫.
O
≪O haces lo que dice o…≫Si era una opción o una amenaza, no lo había podido discernir, porque la segunda disyuntiva se diluía en la conjunción que la precedía, y le sonaba como les suena a los corderos el camino de la navaja en su degüello.
Tazzayt-tazzayt
Ponemos atención en los procesos, y a ellos confiamos los cambios y el destino, pero de pronto aparece ese segundo en el que todo queda definido para siempre.
Había que repetir su nombre dos veces para que atendiera cuando la llamaban. La obstinación de la niña en multiplicar su nombre les resultaba divertida a todos, por lo que, en poco tiempo, se habían acostumbrado a llamarla Tazzayt-tazzayt, y así sería por muchos años.
La fracción de segundo que media entre decir un nombre y repetirlo fue el lapso que el marido utilizó para entregarle a la desprevenida muchacha un brasero, cuyas ascuas le cayeron encima de las manos y el vestido. Así impuso el su arbitrario poder sobre la chica, y su nombre quedó para siempre dividido en dos.
Siete años esperando
Siete años esperando. ≪Así es la emigración≫, se decía. Siete años bajo la mirada de la suegra y su limosna, porque era ella, la madre de su marido, quien recibía el dinero que después les llegaba mermado a la mujer y a la hija. Siete años a la espera de reunirse con él. Siete años tardó en recorrer el camino que la llevó junto a su marido. Siete años no es tanto cuando se llega a un destino prometido (y deseado); pero cuando se llega a una casa donde hay otra mujer y otra hija…
El carnicero
Con el cuchillo con el que, siguiendo el rito, descuartizaba a los corderos, el rajó el tórax, el vientre y la espalda de la mujer. Cuando los gritos se hicieron estertores, se marchó. Las tres niñas, de seis y cinco años y de apenas unos días, acompañaron el silencio y la quietud de la madre a lo largo de la noche. Al día siguiente por la mañana el teléfono sonó con insistencia, pero sin respuesta. Después la tía, alertada, rescató a las niñas.
En Taza nadie los recordaba, pero la noticia, llegada a un cibercafé, corrió durante días de boca en boca. Se decía que eran de la región de las montañas, al sur de la ciudad, por lo que habría sido allí donde –primero la mujer, y años más tarde el hombre– se habían hecho los papeles necesarios para su marcha al extranjero. Un hecho trágico en un lugar lejano que hizo aflorar temores ocultos. De noche, más de una mujer creía ver en los destellos de la luz el filo del cuchillo blandido en Madrid, y lo que nunca había existido –escondido en las palabras– tomó nombre: asesinato.
Caminos y carreteras
Guerra de Margallo (1893-1894) / Guerra de Melilla (1909) / Guerra del Rif (1911-1927) / Semana Tragica de Barcelona (1909) / Desastre de Annual (1921) / Guerra Civil Espanola (1936-1939).
Le faltaba una pierna. Una enorme roca le había caído encima mientras construía un pozo. Esperaron al médico, pero cuando cayó inconsciente y la pierna empezó a gangrenarse, el hermano decidió amputarla. Más tarde, él se acostumbró a las muletas y siguió cuidando el ganado. El accidente les trajo a la memoria a los parientes y vecinos que, años antes, habían muerto o sufrido terribles mutilaciones por heridas de metralla. Hombres que durante el día trabajaban pero que por la noche cruzaban el rio Muluya y, al amparo de la oscuridad, atacaban los campamentos de los soldados que venían de Francia para proteger la construcción de la carretera y el ferrocarril que comunicaba el norte con Argelia: intereses ajenos que mermaban el movimiento de los rebaños y provocaban la ruina de las familias. Campesinos y pastores defendían su territorio, que les arrebataban una y otra vez. Campesinos y pastores, jóvenes, padres de familia; como las forzadas levas que enrolaban en España para matar y morir, aquellos luchando por sus tierras, estas por los intereses de otros.
Carreteras, ferrocarril, tendido eléctrico, pantanos, minas, crecimiento de los núcleos urbanos y tierras privatizadas configuran la modernidad. De eso no se libraron. En los mapas, son líneas y dibujitos que se superponen a los de los ríos y al relieve natural, creando un paisaje más complejo y variado. Pero ese nuevo panorama no se crea sin sacrificios tremendos y pingues beneficios; beneficios para unos pocos, sacrificios para una amplia parte de la sociedad, que tarda mucho tiempo en lograr algún provecho de los cambios.
≪La tarde ha sido magnifica, serena, resplandeciente y, por la amenidad y belleza del terreno que he atravesado, esta cabalgata sería una de las más deliciosas que he hecho en toda mi vida aun prescindiendo de la infinidad de objetos curiosos que he hallado al paso. Los objetos que digo eran en su mayor parte despojos marroquíes de la acción de ayer: espuelas, bolsas de municiones, caballos muertos, monturas, cadáveres, ropas ensangrentadas y algunas armas de escaso mérito. Por todas partes y en todas direcciones se veían huellas recientes de la ancha babucha moruna de caballos, bueyes, camellos y cabras. La aparición de nuestra escuadra había ahuyentado de allí a hombres y rebaños. Todo había huido de nosotros… menos la tierra, sombría y muda como el espanto de la derrota.≫8 ≪[…] Sí, son fieros, pero sangran. Se esconden, pero no detrás de un cañón. Conocen un terreno que los aviones descubren. Son fuertes, pero el hambre y la metralla lo serán mas.≫Con estas palabras les arengaban el capitán francés o el español. ≪!Ah! !Ciertamente la guerra tiene una poesía que sobrepuja en ciertos momentos a todas las inspiraciones del arte y de la naturaleza!≫9
Años después…
Al conocer la noticia, se quitó el pañuelo de la cabeza y se tiró fuerte, muy fuerte, del pelo, hasta que su llanto se detuvo.
Los hombres acudieron a la casa. Querían escuchar la noticia que traía un vecino que había llegado la noche anterior de un pueblo cercano, donde había realizado unas transacciones de ganado. Les contó que desde el zoco se oía la celebración de una fiesta cuando, de pronto, la música y los cantos se tornaron en gritos y llantos: una patera había naufragado, y se ahogaron todos los que iban en ella. Veinte del pueblo, veinte.
Lo recuerdan de niño jugando por las calles del pueblo algún que otro verano. Eran momentos de bonanza que ya habían pasado. No se menciona su nombre, y son más bien las mujeres las que hablan de él; los hombres lo hacen en voz baja –la voz de la prudencia–, aunque algunos solamente lo refieren para aparecer en una historia que les lleva una y otra vez a la retahíla de los días al sol del verano de su infancia. Entonces sonriente, hoy destripado.
El retorno no es posible para los jóvenes crecidos en un tiempo rápido y multiplicado, lleno de lo que podría ser y no es. ¡Un vacío en el que caben tantas cosas…! Esa franja de separación que no siempre podemos disimular, pero que siluetea.
Cuanto más largo es el plazo, mayor esperanza. Pero no es así en absoluto. El tiempo, lo que hace es acrecentar los problemas. El estancamiento y la quietud no son para vivos que resbalan por las laderas del disimulo y el ocultamiento.
No podían poner distancia. Conocían a la madre. Estaban demasiado cerca: eran ellos mismos. La pregunta se cernía sobre esa mujer con la que habían coincidido algunas veces en la consulta del médico, y con la que habían intercambiado alguna palabra, incluso sobre los hijos. Para ella las cosas también habían ido a peor. Se le había helado el corazón. Manifestar sus sentimientos duró tan poco que no se percataron de que nada era, ni ya seria, lo mismo. Tuvo algo que ver lo que había esperado con lo que ocurrió?
¿De qué́ jardines hablaban? Así que aquel era el viaje que comentaban, la razón por la que habían desaparecido de sus horizontes los ríos rápidos del deshielo en los que se bañaban cuando eran pequeños, y el anhelo de abuelos, padres y niños crecidos en verano corriendo por escarpadas montañas de cedros centenarios. De todo eso ya nada se nombraba, y –lo cual resultaba aún más desalentador– tampoco se deseaba. Ahora se sonaba con peligrosos desiertos. Ser parte de la destrucción, apurar la esperanza cuando ya no hay ninguna: de eso habla la muerte.
Matar y morir, qué fáciles y cotidianos ambos verbos. Pensaba en su hija, no en su nieto ni en el dolor que este le había infligido. Primero la droga que aturdió a tantos, después la noche y las luces de colores y, por último, las palabras sibilinas que les susurraban al oído. Uno de ellos fue reconocido por un trozo de dedo que mantenía una huella dactilar.
Recordó a aquel niño que cayó por una pared del monte Bou Nacer y que rodó, golpeándose contra las rocas, hasta desmembrarse, y como el eco lo mantuvo vivo más allá de la muerte.
EN BUSCA DEL FUTURO
Ser algo en la vida
≪Bromeando, mi abuela dice: “Dios no tiene tiempo para ti, está ocupado. Haz el bien y aprovecha.”≫10
Entrevistas realizadas en Fez en 2010
Souad
≪Soy S.b.H. Tengo 22 años. Soy alumna de lengua española en la Universidad de Fez, y también jugadora de baloncesto. Me gusta todo lo que guarda relación con el deporte y el teatro. Mi ciudad natal es Errachidia: soy una chica del desierto, en mi origen y en mis principios. Deje Errachidia y me establecí en Fez para terminar mis estudios, para ser una chica culta, para ganarme la vida y contar conmigo misma, y para no ser una carga ni para mi familia ni para la sociedad, aunque es muy difícil vivir lejos de la familia con una beca con la que solamente me puedo comprar un libro. Dejé Errachidia y el desierto para no ser como mi abuela y mi madre, que se pasan la vida tejiendo. Eso no significa que no me gusten los tejidos. Sin embargo, ahora todo está en el mercado. ¿Para qué voy a tejer? Lo que falta es dinero, y para eso no voy a tejer como mi abuela.≫
Ayyûb Ait Oumagha
≪Tengo cuatro hermanos: uno vive en Casablanca, trabajando en una empresa; otro está en España; mi hermana está cursando el bachillerato, y el menor está en el colegio. Quiero estudiar español para tener un futuro muy bueno, no como mis padres. Quiero estudiar español para ser profesora. Mis padres ya no quieren ser tejedores. Quiero ser algo en la vida, y no una carga para mis padres.≫
Nawal Arfi
≪Espero que entiendas mis palabras. Mi madre y mi abuela hacen alfombras; es algo de su cultura que tienen que conservar. También las venden y con ello ganan dinero para vivir. No pueden dejarlo, es algo muy importante. En mi casa hay alfombras antiguas. Soy huérfana de padre; solo tengo a mi madre, que gana muy poco con las alfombras. Estudio en Fez, en una residencia, con una beca, pero es difícil estudiar, porque no me alcanza. Pero, a pesar de la dificultad, intento seguir para conseguir el futuro y licenciarme en Biología.≫
Entrevistas realizadas en Alicante en 2012
Amal El Mouloudia
≪Son los hombres los que se llevan los tejidos de casa para llevarlos al mercado. Unos tejidos son para vender, y otros para la casa. Hay gente –poca– que solo teje para su casa, porque no tienen fuerza suficiente para hacer más.
Lo que se hereda no se vende. Lo que se hereda se conserva en casa. Solo que lo vendimos todo. Vienen a buscarlos hasta las casas directamente. Les gusta lo antiguo. Gente de la península arábiga.
En Marruecos los clientes vienen, nos ensenan una foto y trabajamos según el pedido. Tenemos que vender para poder comprar más material y seguir produciendo. No nos quedamos con lo que hacemos. Depende del pedido. ¿Hay gente que trabaja para exportar, para Rabat, Casablanca, pero en España, aun si traes el material, a quien vamos a venderle? Aquí necesitarías pagar el seguro. Si tienes trabajadoras, tienes que gastar dinero, y ¿cómo encontraríamos compradores?
La mujer quiere llenar su tiempo. En vez de estar delante de la tele… hace algo.≫
En busca de una vida y un futuro dignos
≪Por su parte, mi hermana Fátima, sin haber cumplido siquiera catorce años, comenzó a prestar servicios como “criada” en la casa de una familia acomodada, donde debía hacerse cargo de todas las tareas del hogar y del cuidado de seis niños, con una jornada laboral de trece horas o más, disfrutando de un día de permiso a la semana, y por el mísero salario de 300 dirham [unos 30 euros]. Con quince años, sus manos estaban agrietadas y llenas de llagas.
Otra de mis hermanas, Ikran, a la edad de dieciséis años, se colocó en una empresa de capital extranjero dedicada a la industria textil; en estas fábricas se contrataba preferiblemente a mujeres, ya que sabían que, dada su actitud sumisa, no iban a plantearles ningún tipo de conflicto a los empresarios. Estos se aprovechaban, asimismo, del alto porcentaje de demanda existente para explotarlas, haciéndolas trabajar más de doce horas diarias por un salario de 650 dirham [65 euros]; y todo ello con la connivencia de los altos cargos de la administración, corruptos en su mayoría, que protegían a los empleadores a cambio de obtener una serie de considerables beneficios.≫
*
≪El mar se iba volviendo cada vez más peligroso, se agitaba progresivamente, la barca se hundía y volvía a emerger entre las olas, el pánico crecía, se oían rezos, lamentos y gritos, incluso el rais estaba asustado, pero habíamos recorrido más de la mitad del camino y “la suerte estaba echada”, es decir, el mismo peligro íbamos a correr continuando que regresando.≫11
*
!Oh lejano esposo mío, emigrante!
Dos años han pasado ya
desde tu triste marcha a Francia, en busca de trabajo,
en busca de dinero.
Dos años ya…
El pan, en nuestro país, es algo imposible.
El pan es un drama continuo.
!Oh, lejano esposo mío, emigrante!
Y yo aquí:
royéndome los deseos,
lamiéndome la escarcha.
Se me estrechan los horizontes.
Dos años sin tu cariño,
sin sentir tus abrazos,
sin tu lluvia de besos.
Súbitamente te ausentas
entre minas de hierro y plomo,
para lograr un bello porvenir
para los demás…
Estás asesinando
lo mejor de tu preciosa juventud
antes de tiempo.
Me mandas bolsas de ansia y nostalgia,
de escalofríos más feos
que el frio de las tumbas.≫
Ahmed Hanawi en ≪Versos para la buena gente≫
*
≪Qué solitario seria morir entre extraños en un país que no es el mío. No quiero morir en una tierra de extraños. Necesito conocerte.≫12
Adiós al rombo.