El PASO DEL EBRO
CORRE, AZUL PLATA
Al brigadista italiano que, mientras esperaba su ajusticiamiento, tallaba…
Y a mi tía abuela Teresina que me contaba estas historias
Septiembre 2013
La niebla se impuso hasta hacer invernal ese día extraño en el que esperaba el paso del Ebro.
Las clases han empezado y con ellas el viaje semanal Alicante-Barcelona, siempre en tren, un paisaje en el que me reconozco. Leo. Levanto la vista del libro: las montañas se han diluido en el horizonte y el plácido mediterráneo de suelo verde, hoy mojado por la lluvia, se extiende por doquier.
A mi lado, un chico teclea insistentemente modificando unas partituras que llenan la pantalla de su portátil. Sin prestar atención escucho discutir en francés de tantos por cientos y a una mujer hablar por teléfono.
El campo empieza a mostrar la proximidad del Ebro.
De pronto el río, los arrozales inundados y los canales que surten de agua a los campos limítrofes. Pequeños brotes de arroz asoman donde no hace mucho un tractor araba. Un camión cruza por el puente de la A-7 a la par que el tren lo hace río arriba cerca del lugar donde hombres, trocados en soldados, pasaron el Ebro la noche del 25 de julio de 1938.
Nadie más parece estar pendiente en ese breve instante en el que el Ebro pasa por debajo del tren y el color azul plata cubre la ventana.
Mientras voy leyendo sobre la pervivencia del humanismo, la valla que forman las montañas se ha oscurecido contrastando con la luminosidad del cielo. El sol tardío da a los árboles reflejos metálicos. Un verde penetrante se muestra en la copa de unos pinos. La oscuridad toma el paisaje y el cielo dibuja solamente lo que sobresale del horizonte, el resto apenas son bultos de imprecisos bordes.
Las montañas vuelven de nuevo y los cultivos de secano trepan perdiéndose en los bancales. Inquieta y deseosa de moverme, veo, en las ventanas, reflejado mi propio tedio. El afilado relieve del sistema Ibérico se convierte en testigo inerte de mis bostezos que van liberándome de la tensión acumulada. Mientras tanto, pinos, matorral bajo y, de vez en cuando, palmeras, muchas comidas por el picudo.
Como es de esperar, grúas, que no siempre aclaran su destino, asoman entre urbanizaciones y casas disimuladas entre vallas y árboles.
Otro jueves acaba mientras la noche cae respetando la luz reflejada en unas nubes cargadas de agua.
Compruébalo tú misma: el camino de ida no es el mismo que el de vuelta.
Octubre 2013
El color del otoño acompaña el viaje.
De vuelta a casa… apenas son las cinco de la tarde. Aunque la noche no está todavía en ciernes y, a lo lejos, el día se alargue, el gris ha cubierto el paisaje.
Desde el Prat hasta Tarragona, los humedales se suceden, algunos expandidos en los límites de las playas. Hay patos deslizándose sobre la superficie de una pequeña laguna y unos hombres pescando. El tren pasa rápido.
Los viajeros duermen mientras suenan los móviles.
A la salida de Tarragona, a unos metros del río Francolí, crece un poblado de chabolas. La cercanía del invierno obliga a reforzar con maderas y deshechos sus precarias casas apoyadas en viejas caravanas lo que le da al conjunto una cierta (o ¿aparente?) estabilidad. A pesar de la miseria, ¡tan bello!, como el arte.
Inmediatamente después, la petroquímica y los depósitos de Repsol se extienden kilómetros a un lado y al otro de las vías del tren. A pesar de la contaminación, ¡tan fotogénico!, como el arte.
Tarragona, extensos campos de olivos y almendros, compartidos con nucleares, eléctricas y petroquímicas. ¿Hemos buscado lo suficiente?
¿Será éste el destino de las armas químicas que van a retirar de Siria, como anuncia la prensa? ¿Estarán los pinos y los algarrobos obligados a morir para acoger la barbarie?, ¿acaso es una tierra baldía? Tierra destinada al sacrificio, como entonces.
No le gustó a mi compañero de viaje que cambiara de asiento para estar más cómoda, quizá no esperaba mi iniciativa “así estaremos ambos más anchos” o simplemente mantuvo la distante, casi hostil, actitud de todo el viaje.
Noviembre 2013
El Ebro corre hacia el delta mostrando el azul persistente y compacto del agua sobre el que destaca una barcaza roja que se aleja de la orilla.
El tren vuela en el puente al pasar el río, como ellos esa noche de julio, que, sobre troncos y tablas y, al amparo de la oscuridad, cruzaron el Ebro. Comenzaba la última gran batalla de la guerra civil: grandes sufrimientos, grandes terrores y gran número de muertos, de eso tratan las grandes batallas. Hombres que sortearon su destino no lejos de Amposta y la Terra Alta, donde la gente esa noche dormiría.
Desde la ventanilla todas las semanas trato de fijar el lugar preciso por donde debieron cruzar las barcas. Debió ser una noche estrellada, ¿qué ejército se mueve con luna llena? Las cigarras y los grillos enmudecerían al paso de las tropas y la artillería, aunque solo por breves lapsus de tiempo, los animales van a lo suyo, que ya tienen bastante.
Del 25 de julio hasta el 16 de noviembre fue un tiempo, en el que, en las comarcas de la Terra Alta y la Ribera de l’Ebre desde Mequinenza a Amposta, se oían, día y noche sin descanso, las ametralladoras, las bombas, los aullidos y gemidos.
Las heridas de guerra no son limpias ni la muerte dulce, son vientres destripados, piernas cortadas, manos arrancadas y cabezas reventadas. Cuerpos que agonizan sin ser atendidos, sin consuelo durante horas, a veces días, nutriendo a los animales. Hormigas y arañas chupando las heridas, moscas y escarabajos paseándose por los torsos, acechados por las ratas y rodeados por jaurías de perros enloquecidos y hambrientos. Los cuervos a la espera. Las heridas de la guerra no son heridas higiénicas curadas por sacrificados médicos y amables enfermeras, son heridas cruentas cuyo alivio llega con el desvanecimiento y la muerte.
El tren no pasa lejos de la Terra Alta, de allí es mi familia. Por relatos oídos de niña se que fueron muertos miles de hombres, que la sangre teñía las aguas del Matarraña, que el Ebro arrastraba cadáveres, que fue el fin de muchos sueños y que el insomnio se instaló en las casas.
Duró cuatro meses en los que la consternación fue venciendo a la esperanza.
(...)