Escritos propios

No compres las horas, compra el alma (II)

Ur_versitat 2012. Lecturas recíprocas y alternativas de la modernidad. Edición a cargo de Nuria Enguita Mayo. Editorial Universitat Politècnica de Valencia.


NO COMPRES LAS HORAS, COMPRA EL ALMA (II)

 

Los siguientes textos fueron escritos en distintas ocasiones pero comparten la misma reflexión: ¿son arte los tejidos del Medio-Atlas marroquí?

 

1. De la exposición Tejidos marroquíes. Teresa Lanceta, (MNCARS 2000). Fragmentos extraídos de la entrevista realizada por Marta González a la autora. “Si vivo, será mejor”:

  Los indios de la costa Noroccidental de América del norte, los Kwakiutl, los Thlinkit, los Haida son conocidos por sus impresionantes totems y máscaras de animales monstruosos. Mucho antes de la llegada de los españoles a América, sus artistas eran profesionales, cuya valía estaba cotizada, disfrutando de importantísimos privilegios. Eran distinguidos por su nombre y reclamados por aquellos que tenían recursos suficientes para encargar una obra de arte, destinada a ser exhibida y destruida en los "potlatch", esas ceremonias donde demostraban los más poderosos, su poderío. El artista individual, tal y como lo entendemos nosotros, pero entre indios pescadores y cazadores que andaban semi-desnudos y descalzos.

Picasso y Braque no firmaron sus primeros cuadros cubistas: querían que sus personalidades quedaran confundidas, pero duró lo que sus marchantes tardaron en vender algún cuadro. Algo tenía de inmersión grupal la actitud de los surrealistas, pero con tanta figura, las purgas hicieron estragos. Jóvenes artistas rusos se entregaron apasionadamente a crear un arte que revirtiera sobre la sociedad: la muerte en forma de hambre, enfermedades y campos de concentración arrebató su sueño. El arte colectivo ha sido tan falaz como las revoluciones. Una contradictoria utopía puesta en entredicho, corrosivamente, por un Dalí firmando papeles en blanco.

¿Firma?, ¿anonimato? En el arte firmado actual late el desajuste entre las obras producidas y las que la sociedad necesita y acepta, lo que obligará a que una buena parte sea destinada a ser destruida. ¡Tan cercano a los “poltlachs”…!

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 El arte textil en las zonas rurales marroquíes, como en muchas otras partes del mundo, está en manos de mujeres. Los hombres manejan los telares de bajo lizo en las ciudades fabricando telas, pero el proceso del tejido y de las alfombras: hilado, tintes, anudado, etc. y lo que es mucho más importante, todas las decisiones creativas, que reviven la tradición transmitida, están en manos de mujeres. Mujeres con un entorno rural de influencia nómada, con una subsistencia muy condicionada a la naturaleza, con las tremendas dificultades que ésta encierra, y con un entorno familiar y tribal que marca todos sus actos. Bajo religión musulmana. Y, anónimamente, dentro de la colectividad, de ellas es el arte. En la periferia de las periferias, el arte útil, el arte para la vida.

Las alfombras, capas y cojines, algunos muy sencillos y humildes, son creados en zonas áridas de extremado calor o en altas montañas de rigurosísimos inviernos, mostrando que allí, en medio del imponente y duro paisaje, viven unas mujeres portadoras de un lenguaje autónomo, propio, peculiar y hermético, textil, que habla de una comunidad, una cultura y un arte.

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2. Fragmento de “No compres las horas, compra el alma”, del catálogo de la exposición Arts Textiles Populaires en Méditerranée. 1994  Université de Toulouse Le Mirail. Toulouse (Francia)

Muchos de los inventos surgidos bajo presión de los comerciantes son mediocres: se copia modelos antiguos, hay una simplificación exagerada de algunas técnicas y colores, tintes de baja calidad y, sobre todo, una multiplicación de motivos naïf.

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Aunque los comerciantes hayan tomado la iniciativa, no se puede pensar en un relajo en los lugares de producción, al contrario, cuando se viaja por la zona rural, donde en cada casa hay un telar, lo que más sorprende es la cantidad de mujeres que, alertas y sin descanso, tejen. Mujeres a las que la creatividad le viene dada por su propia tradición por ello es doloroso e injusto que el dinamismo y la expresividad que nutre su trabajo sean machacados por la cómoda demanda que les rompe ese tiempo unitario en el que viven, un tiempo que se transforma en "echar horas", en hacer encargos de tejidos llenos de dibujitos naïf que nunca irán a parar a sus casas, que nunca tendrán la tentación de usar y que, con ese desapego, los trabajarán, al contrario de las alfombras y tejidos tradicionales de calidad que llegan al mercado siempre después de ser usados,

El tiempo de trabajo que compartían con el cuidado de sus familias, se convierte entonces en horas de trabajo desgajadas de la propia vida.

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El pasado octubre estuve en un zoco situado en las montañas del Medio-Atlas y allí, una mujer me ofreció un pequeño tejido lleno de dibujos naïf que, seguramente, acababa de hacer. Y pensé qué podría comprarse con el resultado de su venta. Cuántas horas le había dedicado y cuántas necesidades podría cubrir con la venta de su tapiz. Un tiempo vencido impuesto por comprador y comerciante bajo una indiferencia general que convierte en violencia las horas.

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3. De artistas y artesanos. De Arco a Khenifra

Por la fragilidad de su estructura y por sus finas patas, un apenas sofá y una apenas silla pero sofá y silla al fin y obra de arte al cabo, me pillaron si no de nuevo sí por sorpresa en Arco de 2012. Esta obra de West estaba al fondo de un stand repleto de cuadros de los ochenta y noventa, aquellos que tanto dinero habían movido y que algunos galeristas sacaron en esta edición como valor seguro o, quizá, como conjuro de esos años de pintura inmediata y dinero ágil.

La tela de lino, que cubría el asiento, estaba un poco arrugada y el conjunto un tanto comprimido, pero la pieza aguantaba el tipo y seguía siendo una epifanía, expresión acuñada por el propio artista que esos mueblecillos apoyan. Es posible que una se sienta conmovida por la aparente debilidad de la pieza porque le recuerde a la suya propia y le adentra en la revelación que sustenta el arte. El cómo West puede dotar a sus piezas de una fisicidad en la que nos reconocemos, es algo que pertenece al mundo de los misterios pero en eso estamos. 

Por otro lado, Damien Hirst cree en Egipto y en su poderosa tradición. De hecho la sigue de cerca y no es para menos, el arte egipcio sigue estando muy apreciado. Las eternamente admiradas pirámides son las únicas de las siete maravillas del mundo antiguo que están en pie y  el sistema piramidal no sólo se ha implantando con éxito a través de los siglos sino que, incluso, actualmente está en pleno apogeo. No es que el sistema piramidal sea ventajoso para todos, eso no, pero es extraordinariamente beneficioso para el que se mueve alrededor de su cúspide; en resumen: es eficaz para según qué y quién. Como el arte faraónico, Hirst también habla con magnificencia de la muerte: con diamantes y oro construye cráneos humanos o momifica con formaldehído a animales y personas en trozos (¿habrá algún coleccionista de esos que encargan robar códices y esculturas veneradas que tenga en secreto un ser humano completo en formaldehído firmado en oro por el artista?). Lo egipcio-faraónico se traduce también en su comportamiento social como jefe supremo al rodearse de los más eficaces trabajadores tanto en temas económicos-sociales como en sus talleres-fábricas donde numerosos especialistas y buenos pintores hacen las obras que él firma. El tiempo no pasa para él, faraónico con maneras renacentistas.

Como en la producción artesanal, sus trabajadores reproducen una y otra vez, hasta la saciedad del último de los compradores, lo que Sophie Taueber, Amlerder o tantos otros han hecho más comedidamente, spots paintings o similares. En muchos casos, arabescos abstractos, extensamente conocidos, que logran una aceptación directa e inmediata del mercado.

Los artistas occidentales reafirman su individualidad pero el estilo y el  pensamiento los ancla a su época y a su origen mientras que, en cambio, de ninguna alfombra marroquí puedo nombrar a la autora ni hablar de su compromiso creativo. Es una tradición en la que el yo se pluraliza y encuentra en la colectividad una expresión propia y un diálogo, una tradición en manos de mujeres porque de ellas son las técnicas, el proceso y lo que es más importante: las decisiones creativas que dan vida a la tradición heredada. Como en el arte occidental, hay tejedoras que son buenas artesanas pero también las hay que tienen algo que decir, las que van más allá de sus límites, más allá de lo conocido, que arriesgan e innovan en su medio. Esos riesgos tomados en la composición, los dibujos y el color, el acierto y los hallazgos son lo que les da la posibilidad de hacer arte.

Y arte, ¿para quién? En Marruecos, los receptores de los tejidos, el principal cliente, son las propias tejedoras y su entorno, especialmente las piezas de alta calidad estética hechas para ocasiones especiales. Éstas solamente llegan al mercado en momentos de precariedad familiar porque forman parte del mobiliario más imprescindible y son mostradas en fiestas y celebraciones donde, a modo de exposición, cualquiera puede verlas y apreciarlas. A través de ellas se obtiene prestigio y valor y no se puede entender la variedad de los motivos geométricos, la profundidad de su abstracción y el alcance de las indagaciones compositivas sin la existencia de un diálogo comprometido más allá de las técnicas y de la satisfacción estética.

Los tejidos transmiten cultura y arte al tiempo que cubren necesidades de primer orden: las jaimas (tiendas nómadas) han cobijado a pastores y a sus familias, las alfombras les han servido de cama, suelo y les han protegido de los fríos inviernos, y las handiras y los haiks les han servido de capa, de emblema tribal y social. En occidente, la utilidad y el arte están en contradicción, nadie en Arco pensaría en términos de utilidad ante la obra de West, aunque pueda sentarse en el sofá, pero… poner límites, aunque sea el de la incompatibilidad con un uso práctico, es contradecir la universalidad del arte y su propia historia que nos muestra cómo los medios y la función han cambiado a lo largo de los siglos. Sería una arbitrariedad  negar la creatividad a unas poblaciones de origen nómada con un entorno medioambiental en el cual lo excedente es escaso y se destina a proteger la subsistencia.  Un arte  útil, un arte para la vida.

El tiburón, las personas o el cordero que Hirst usa en sus trabajos no son votivos ni totémicos, son animales o personas que han tenido vida y que están ahí, en acuarios sellados en oro, suspendidos en formaldehído, rememorando el misterio de la muerte, pero, también invocando el potente silencio del poder que somete y empequeñece. Como el cordero o el trozo de ser humano, el espectador, reflejado en el cristal, suspendido en la sala, se somete (salvo que sea el comprador, supongo).   

  Que el arte occidental evite la reflexión ecológica y el compromiso de su propio medio es una soberbia que no va a durar eternamente, y que deja en entredicho a la alabada autonomía del arte que no cuestiona su propia dependencia, muchas veces, servil respecto a los poderes políticos y económicos.  No tienen mucho en común el cordero suspendido en formaldehído con una alfombra, salvo el animal utilizado, que en un caso está muerto (¿se mató para que lo contempláramos?) y en el otro ese mismo animal se esquilmó respetando las estaciones del año y siguió viviendo. En el siglo XX quizá ésta no fuera una cuestión crucial pero en 2012, ¿no es una de ellas?

Artesanía y/o arte. Yo sé con cuál de ambas palabras definiría a las sillas y a los sofás de West, ¿con cuál definirías tú a los spot paintings?  y ¿a las alfombras de las imágenes que estás viendo?

     Teresa Lanceta, Alicante 2012