La belleza no compartida es una erosión en el corazón del viajero que sólo logra paliarse con la esperanza de una compañía futura. Creemos que es la ida lo que nos lleva a visitar lugares lejanos, pero cuántas veces comprobamos que el retorno es lo que nos arrastró a marcharnos, y que es en nuestra casa cuando expanden su fuerza Marrakech, Montevideo o Nápoles. Es a nuestra vuelta, en nuestro hogar, donde vivimos largamente y con mayor intensidad el esplendor de unas ciudades que nos acogieron brevemente en sus calles. Con el tiempo, el viaje se desdibuja en la añoranza; lo que vivimos se amalgama con lo que nos quedó por vivir; y, en medio de la exaltación del recuerdo, aparece el vacío congénito del viajero. El turista lo ve todo, lo conoce todo, vive la totalidad; el viajero, no; quizá es por eso por lo que solamente cuando el viajero puede impregnarse de las costumbres y del alma del turista (lo que no siempre consigue), logra esquivar los riesgos reales del camino.
Los cuadernos de viaje de Gaspar Jaén tratan de rememorar todo aquello que nos perteneció momentáneamente, dan testimonio de un aliento venidero que ilumina lo que vivimos… pero el agua no se retiene entre las manos. La fluidez del medio líquido permite mover el pincel ágilmente pero, como sabe todo aquel que pinta acuarelas, ésta es una técnica no exenta de dificultades, que emborrona fácilmente los colores y que desdibuja las ideas; solamente el que la conoce y, sobre todo, el que la respeta, puede hacer de ella su gran aliado y, entonces, la aguada es capaz de enaltecer cualquier tema.
Gaspar Jaén muestra lo aprehendido lejos de casa. En las hojas de los cuadernos, los dibujos van construyendo un largo relato que ofrecer al amigo, al ya conocido o al que llegará: ambos son amados. Se convierte en arquitecto de moradas, donde habita lo efímero, porque lo que pretende es fugaz, no permanece ni en el deseo, solamente puede renacer a través de las acuarelas.
Dibuja líneas que compartimentan el espacio en blanco de manera precisa, evocando esos lugares que le acogieron mientras los colores, de manera más libre, invaden por completo el papel con tonalidades vibrantes, saturadas de pigmentos, creando un recinto de comunicación donde es posible compartir emociones y sueños. Ese es el verdadero viaje, el que le lleva de sí mismo al otro, para después retornar. Son cuadernos que nos permiten ser testigos de los momentos más bellos de un transcurrir viajero. En todas las ciudades que llenan los cuadernos, Montevideo, Buenos Aires, Ámsterdam, San Petersburgo, Marrakech, Bucarest, Colonia, Toulouse, Bratislava, Fez, Bristol, Malta, Bolonia, Londres, Manchester y Palermo, Gaspar Jaén vio palmeras, o las imaginó.