Los objetos artísticos son la eternidad más humana que conocemos, la que une personas y pueblos más allá de la historia, del tiempo y de la muerte: gozamos de objetos hechos por otras civilizaciones prácticamente desconocidas y, a veces, separadas por miles de años. En esas obras pervive el hombre que las hizo, sus ansias, sus avatares y su cuerpo. Y no pienso solamente en las grandes conquistas que llenan los museos, sino en el objeto que se une a nuestras vidas como pueda ser un cojín marroquí comprado quizá con dudas, pero que en tu casa se convierte en un compañero al que acudes de tanto en tanto, consciente o inconscientemente, y del que, quizá alguna vez pienses en cómo fue hecho, cómo era su creadora y cómo su vida. Me gusta pensar en los vaivenes emocionales y espirituales que los hombres ejercen reciproca y anónimamente unos sobre otros a través de los objetos artísticos.
En el Atlas Medio marroquí las mujeres Beni Ouarain heredan una hermética tradición textil cuyo dominio les posibilita la toma de decisiones que hacen único a cada uno de sus tejidos.
Las handiras tienen un lenguaje visual asombroso: lo que, a lo lejos, parece una monótona sucesión de franjas, ante una mirada atenta y cercana se percibe como una geometría vibrante y en continuo movimiento ya que los finos y complejos dibujos presentan numerosas variaciones apenas perceptibles creando inestables puntos de interés e incesantes relaciones. Mi handira no ofrece la sutileza de las piezas de gran valor, su abstracción es menos rica y su técnica menos depurada pero desprende frescura y alegría. Quizá su fin fuera la venta inmediata o hubo otras necesidades en las que ocupar el tiempo o simplemente era una chica muy joven sin demasiada experiencia pero la tengo hace más de veinte años y aún sigue emocionándome. Muestra la sabiduría contenida en la abstracción textil y en la cultura de otros pueblos y me hace sentir no el estilo ni la época sino a la persona, a la mujer que la ha tejido con la que, aunque no coincida ni en el lugar, ni en el tiempo ni en las creencias, tengo mucho en común, y pienso en esta joven tejiendo mientras cuida de su familia, habla con sus amigas y vigila el rebaño bajo el cielo, entre pastos y flores, en su búsqueda de la alegría.