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La cólcedra al filo del alba
Madrid2025
Diseño: Mira Bernabeu
Textos: Laura Vallés VÃlchez
Folleto
Exposición: La cólcedra al filo del alba
Publicación (PDF)
Textos
- La cólcedra al filo del alba - Laura Vallés VÃlchez
La noche se cierne sobre «nosotras, las vivas», quienes podemos escuchar y hacer nuestras las voces de las desaparecidas.
Las velas y antorchas se encienden, y su luz titilante impregna el aire con un resplandor tenue que disuelve la penumbra. La llama del fuego ilumina la oscuridad y, en su destello, los colores se transforman: los amarillos de las sayas se funden con grises y marrones oscuros, mientras los cabellos se tornan rojizos, reflejando algo más que un simple cambio de pigmento. En este entorno de luminiscencia, la vigilia se despliega no solo como un ritual, sino como una experiencia que trasciende el mismo, convirtiéndose en un eco que acompaña los relatos de quienes han partido, incluso hoy, en tiempos de guerra. Este cromatismo se conecta con las figuras de las plañideras, presentes en retratos anónimos como el de 1295 —conservado en el MNAC y recreado por Teresa Lanceta—, donde aparecen como símbolos del duelo colectivo. Comunes en la Europa medieval, las plañideras eran generalmente mujeres contratadas para llorar y lamentar públicamente la pérdida de alguien, otorgando así un rostro y una voz al dolor. En su llanto ritualizado, estas figuras, en ocasiones también masculinas, canalizaban emociones que los familiares no podían o no se atrevían a expresar abiertamente. Sin embargo, su función no era exclusivamente afectiva; también actuaban como manifestaciones culturales en una sociedad profundamente jerarquizada, donde la muerte era tanto un evento personal como un espectáculo público. En los delicados dibujos a lápices de color de esta exposición, estas escenificaciones se disuelven y se reconstruyen una y otra vez, como si su imagen fuese incapaz de fijarse en el tiempo. Algo similar ocurre con los cuerpos mutilados, desmembrados o magullados en la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), un conflicto decisivo en la Reconquista que marcó la caída del poder almohade en la península ibérica y cuya representación del sufrimiento nos confronta con las éticas de la representación: un camino de compromiso que con frecuencia Lanceta rastrea.
Este enfrentamiento entre fuerzas cristianas y musulmanas dejó tras de sí no solo cadáveres en el campo de batalla, sino también un legado de sufrimiento para las mujeres, muchas de las cuales fueron víctimas de violencia y despojo. En este contexto, la curaduría se convierte en un dispositivo que activa estas memorias, generando un espacio donde las imágenes y la oralidad de la propia artista dialogan con las voces del pasado. Aunque estas evocaciones habitan en el ámbito histórico, encuentran resonancias en el presente, en una contemporaneidad marcada por nuevas formas de resistencia que complejizan cualquier noción de tiempo.
Porque sabemos bien que, en momentos de guerra, las mujeres han sido constantemente invisibilizadas, recuperándolas en esta ocasión como protagonistas a través de sus relatos y experiencias que atraviesan los siglos y adquieren nuevas formas manifiestas. Historiadora de lo cotidiano y cronista de detalles olvidados, la práctica de Teresa Lanceta se enraíza en un enfoque que otorga valor a lo aparentemente insignificante, a los fragmentos de vida que suelen quedar fuera de los grandes relatos. Esta aproximación a su forma de historiar tiene sus raíces en su experiencia jaranera, de farra nocturna en la España de los años setenta, un momento de transición política y cultural durante la dictadura franquista y posterior a ella. Asociada a la tradición oral y a los encuentros festivos, esta forma de afrontar la «palabra» conecta con un modo de transmisión de saberes que no se inscribe en la oficialidad que se enseñaba en la academia, sino en las conversaciones, las canciones y los gestos compartidos que, en el caso de Lanceta, estuvieron muy próximos al sentir flamenco. Desde este lugar, la artista nos invita a reconsiderar lo que entendemos por historia, desplazando el foco hacia esas dobleces invisibles que nos sitúan y nos obligan a tomar posición, como público, ante el dolor de los demás.
Aquí, así, escuchamos su voz. ¡Entrad! Oiréis un lamento, un aliento, un tiento hacia un nuevo acontecimiento. En este proyecto, aquello que llamamos «lo contemporáneo» deja de ser lineal para convertirse en un nuevo patrón temporal que se pliega y se despliega ofreciendo una densa temporalidad. Esto se observa en los textiles que inspiran parte de la exposición, donde los tejidos ofrecen una trama que va más allá de su urdimbre. Un ejemplo destacado es el Pendón almohade del Monasterio de las Huelgas, una pieza textil que, aunque originalmente era un botín de guerra, se transformó en un objeto cargado de simbolismo cultural y religioso. Este pendón, elaborado con técnicas avanzadas de tejido que requerían una gran destreza, se convierte en un testimonio de la convivencia y el conflicto entre las culturas cristiana, musulmana y judía en la península ibérica.
Su complejidad técnica puede compararse con los sistemas computacionales contemporáneos de código abierto, donde múltiples influencias y colaboraciones se entrelazan para crear algo nuevo. Otro elemento significativo es la cólcedra, el lienzo funerario que cubrió el cuerpo de Alfonso VIII y origen de tres de las propuestas artísticas de Lanceta presentes en esta muestra. Este rey castellano, protagonista de importantes acontecimientos históricos como la mencionada Batalla de las Navas de Tolosa, fue enterrado con una colcha que combinaba utilidad y solemnidad. La cólcedra, con sus pespuntes romboidales cuya simpleza Lanceta versiona, no solo cumplía una función práctica, sino que también reflejaba una concepción simbólica de la muerte como tránsito, envolviendo al fallecido en un último acto de cuidado.
Además, en su carácter sónico, la exposición recupera de la propia voz de Lanceta las historias de mujeres como la reina de Castilla, Leonor de Plantagenet, esposa de Alfonso VIII, cuya vida estuvo marcada por las tensiones políticas y familiares de su tiempo. Leonor, fundadora del Monasterio de las Huelgas, fue una protectora de las artes cuya riqueza, pese al espolio que la dejó desprovista de prendas, se refleja en objetos como una almohada de seda que parece susurrar fragmentos de una vida vivida entre dos mundos. De manera similar, se exploran las experiencias de violencia de otras figuras femeninas como Leonor de Guzmán, una de las mujeres más poderosas de su época, cuya caída tras la muerte de Alfonso XI encarna el riesgo inherente a ocupar un lugar destacado en una corte gobernada por las pasiones y venganzas. Junto a ella, madre de Pedro I de Castilla, María de Padilla y Blanca de Borbón, amante y esposa, revelan otros matices de esta violencia. María de Padilla, anudada rígidamente al rey, y Blanca, repudiada y fatalmente envenenada, encarnan los conflictos de poder y deseo que atravesaron la corte medieval.
Estas mujeres, aunque aparentemente opuestas, comparten un destino marcado por las estructuras patriarcales de su tiempo que las relegaron a papeles secundarios en los relatos oficiales. Preguntas que surgen a partir de estas como «¿Qué haré con el miedo?», bordadas en los trabajos de la artista y reformuladas por poetas como Alejandra Pizarnik o Anne Sexton en esa trama temporal compleja, entonces, representan en la intimidad de la voz de Lanceta, un acto de memoria, un espacio de vigilia que invita a quienes los contemplamos a reconsiderar nuestra propia relación con la historia. En este sentido, la exposición se enmarca como un segundo episodio que da continuidad a la investigación presentada en 2024 en el Museo Patio Herreriano, El sueño de la cólcedra, comisariada por Ángel Calvo Ulloa. Este proyecto amplía las capas de significado al situar las historias de estas mujeres en un marco más amplio, histórico, poético y social. Al hacerlo, plantea una pregunta fundamental: ¿cómo podemos historiar lo inefable, aquello que escapa a las palabras pero que se manifiesta en los gestos, los objetos y las imágenes? Porque, pensando en esta ocasión con Xisco Mensua, «nadie puede saber cómo es la noche», y en este acto de historiar, la artista, haciendo las veces de plañidera, nos ofrece un imaginario cuyas representaciones se alzan como armas de una discreta ternura que nos recuerda que el trabajo de Lanceta no podría existir sin el trabajo de las demás.
Las voces, que resuenan en los textiles, las palabras y las imágenes, nos invitan a participar en ese ritual del lamento. No cabe duda de que se trata de un renovado aliento, pero también es un tiento, un intento hacia nuevos modos afectivos de habitar el tiempo. Recordándonos, como escribe Sandra Santana y dibuja Lanceta, que «nosotras, las vivas», a las que nos une una misma vulnerabilidad que se abre paso en su despliegue, nosotras, a quienes nos une a ellas esa herencia antigua que sobrevive en la boca, por todas las que hoy sufren, nosotras, debemos dejar que «nuestro corazón devore el mundo» antes de que el sueño de la cólcedra amanezca.