Prensa

ABC de las Artes, ABC Cultural, 1996
1996 
Miguel Fernández-Cid

Sobre la exposición «Teresa Lanceta. Valderrobres».


Teresa Lanceta

Castillo de Valderrobres, 1996
Teruel

Miguel Fernández-Cid

Desde que su última restauración dotó al Castillo de Valderrobres de amplias salas de exposición, el Museo de Teruel ha organizado allí pocas pero selectas muestras, en las que resulta inevitable entender como clave la relación entre el trabajo presentado y lo peculiar del espacio. Pocas ocasiones tan precisas como la actua1, una suerte de retrospectiva de Teresa Lanceta, artista cuya juventud transcurrió en las cercanías del castillo.

Mal conocida entre nosotros a pesar de tener defensores "obstinados" como Fernando Huici, su trabajo es visto con frecuencia desde el prejuicio, por tratarse fundamentalmente de tejidos. Curioso que realza, sin embargo, nombres señeros de la vanguardia de principio de siglo, capaces de dar el salto desde lo tradicional a la pintura porque lo que esta esplendida muestra revela es una serie de evidencias que sonrojan por escondidas. La primera que Teresa escapa siempre al juicio. A quienes defienden que teje se les puede decir que pinta, dibuja y teje de un modo indistinto, análogo; a quienes destacan esa mezcolanza cabría enfrentarse a la soledad de una tela, tejida o estampada. El primer comportamiento se explica con la frase de Darío Villalba, cuando asegura usar 'la fotografía como pintura y la pintura como fotografía". Lanceta aplica esa máxima a su manera. En una tela estampada, la línea es trazada por un hilo, el dibujo es cosido. El recurso lo utilizaba otro silenciosa, Washington Barcala, de un modo más abigarrado por su ansiedad en el decir, Lanceta no: su obra alude a "paisajes duros", secos, como señala en uno de los textos recogidos en el catálogo. Un texto precioso como la carta de su abuela, que cobra ahora todo su sentido por estar llena de ecos de un mirar generoso y dolorido. Textos que tienen una eficacia similar a la que trasmite la obra de Teresa Lanceta.

La aparente austeridad de los tapices más geométricos ofrece, sin embargo, momentos en los que lo sutil se extrema. Viendo la evolución seguida en el último lustro, se diría que la mirada se desnuda, se descubre, pierde el toque hermético de los momentos iniciales.

Pero la exposición es mucho más: papeles y una serie entre deliciosa y desgarrada de pinturas bordadas sobre el lienzo. De nuevo lo aparentemente frágil, lo casi lev, pruebas de un inquietante mirar siempre íntimo, detenido. Una iconografía infantil matizada por la ironía, a veces agridulce, de títulos que se intuyen confesionales, vividos. No se trata de un apartado figurativo que enfrentar al sentido más geométrico de los paisajes, sino de otro modo de mirar, de dialogar con lo cotidiano desde el arte.