De aquel día recuerdo todo. El sonido del río, el sol fuerte sobre nuestras cabezas. Mi hermano saltando una y otra vez desde las rocas, todo.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces y ni tan siquiera estuve aquel día aunque me acuerde del paisaje, del camino que bordea el río y del aplastante silencio continuamente roto por los saltos de agua y por las risas de mis hermanos. Mi madre tampoco estuvo y se acuerda de cómo los peces se acercaban a los pies de Cristina, entonces muy niña y se los picoteaban suavemente.
En casa, a veces, cuando nos enzarzamos en esas acaloradas y pesadas discusiones familiares que se alargan interminablemente, si alguien menciona la concentración con la que miraba a los peces o con qué quietud les dejaba acercarse, todo vuelve a la calma: el sol intenso de aquel día de nuevo nos quema la piel y el campo de almendros que rodea una parte del río surge delante mío y pienso si estarán verdes las almendras.
Los años pasan y se pierden muchas cosas. Se pierden amigos, se pierde al padre, la tragedía si no te toca, te roza, alguien pierde la cabeza, tanto es así que lo del "paraíso perdido" queda un tanto diluido, pero no echo en falta su perdida porque el saber no sólo es mejor que la ignorancia sino que incluso, es mucho mejor que la inocencia, y veo los pies de mi hermana en el agua que la fotografía me recuerda y ya cuando trabajo, no añoro la realidad ni la complacencia de su belleza, acepto la aridez de lo abstracto y agradezco no ya al arte del siglo XX el haberme permitido serlo sino a esos pueblos profundamente geométricos que, como los pies de mi hermana en el agua se vacían de contenido y llenan de libertad al que los contempla.
El paisaje es austero, fuerte. Mediterráneo de olivos, es decir, el duro. Separado del otro Mediterráneo más benigno, el de los naranjos y las generosas huertas por un apéndice del Sistema Ibérico -Los Puertos-, que impone a pocos kilómetros del mar un clima continental de crudos inviernos y ardientes veranos.
Los terrazos se suceden unos a otros y a través de ellos las montañas de roca gris llegan hasta los llanos y reafirman el dramatismo de la naturaleza en el hacer humano.
Cualquier modificación es la confirmación de un fuerte esfuerzo y todo el campo habla de espaldas rotas en el intento de arrancar a aquella tierra seca y pedregosa el sustento necesario. Recientemente la situación ha cambiado y la maquinaria, los coches y las actividades paralelas hacen la vida menos difícil, aunque la obsesión casi unánime por el ahorro y la importancia desmesurada dada a las ganancias es una clara reminiscencia de aquellos tiempos en que los cuerpos eran extenuados sin compasión a cambio de un escaso fruto.
El paisaje continua siendo imponente y muy solitario. La primitiva apariencia, la mezcla de las salvajes montañas y el resto totalmente agrario, no ha sido modificada.
En los pueblos, por el contrario, ha habido un profundo cambio. Las casas han sido restauradas, quedando pocas huellas anteriores, y como, por doquier, las comodidades y la tecnología que impone el mercado parece ser lo mismo. Se escucha heavy y los ACDC, las chicas, aún criticadas, tienen un momento de libertad único y los jóvenes, como en cualquier otra parte del mundo, viven impulsivamente el fin de semana. Cualquiera puede estar conectado a Internet y hacer largos y exóticos viajes.
La zona fue carlista y más tarde anarquista.
Hoy es difícil hacerse a la idea de que por comportamientos y logros, que actualmente son tan corrientes que parecen haber surgido espontáneamente, esas montañas han rezumado sangre y que derechos, que ahora están pegados a la piel, eran los sueños de anteriores generaciones mientras podaban olivos, acarreaban piedras o recogían la almendra. Pero con la misma naturalidad con que se inserta en nuestra vida cualquier logro, una vez asumido vuelve a crear un vacío lleno de deseos y de cuestiones.
En el hacer del arte, también las vanguardias históricas, ya tiempo pasado, realizaron importantes conquistas. La técnica, los materiales, la representación han pasado a ser herramientas a nuestra disposición, aunque la mayor fortuna de ser sus herederos, no está ni en la conciencia ni en la libertad conseguida sino en la extrema soledad en la que hemos quedado, libres de dependencias y presiones de grupo y de los privilegios de los afines.
Entre estas montañas de "Els Ports" corren ríos que en verano nos ven nadar y jugar.