Estoy viendo Urdimbre (2008) y Tramas (2008-2009) mientras escribo estas palabras: dos vídeos de Teresa Lanceta en los que las imágenes de su telar se suceden rítmicamente en un deseo por construir una imagen.
La urdimbre es un conjunto de hilos en los que se enredan cuidadosamente las tramas. Pero, en esta ocasión, en lugar de tejido, se observa una proyección sobre un telar que está en construcción. Mientras se monta, tiene lugar un ejercicio sónico de percusión.
También se pueden ver sus manos, aquellas que nos remiten al cuerpo apaciguado, tranquilo y concentrado en el gesto repetitivo que anticipa la representación y ejercita la imaginación. En Tramas, la representación la define un conjunto de flores, matices fugaces y destellos de luz. En Urdimbre, la representación la define una sucesión cromática en la que se invierten los roles del propio patrón: la trama se tiñe de blanco y de la urdimbre asoma el color.
Después llega la mirada y, con ella, la confabulación. Aquella que describe esa otra trama: la interpretación. ¿Qué desvela esta representación? Teresa nos dice: «para un botánico una trama es una floración» y «para un escritor un argumento»[1]. Pero, para una tejedora como ella, ese entrecruzamiento no solo da lugar a un objeto utilitario, sino que va más allá, se convierte en «un estandarte de cultura»[2]. Las personas tejedoras, escritoras o botánicas, en última instancia, somos presas de la composición.
En una conversación con un estudiante, Teresa cuenta que «tejer es como la vida, has de vivir con los errores e incorporarlos para construir algo que no esperabas»[3], tejer es un código abierto desde el que leer, transformar y transmitir un conocimiento que es siempre complejo y circunstancial. El tiempo deviene unidad de experiencia de vida, coreografía medida.
Así, del mismo modo en el que Lanceta afronta el tejido, sin boceto y abrazando el error, yo escribo estas líneas, realizando un esfuerzo por abandonar la argumentación. Lo que me empuja es la admiración y una intuición. También la distancia corta, es decir, el conocimiento que se desprende cuando se hace una exposición. La intuición crece con las palabras, mientras escucho las teclas creando una melodía truncada con silencios que apremian y que se entremezclan con las sonoridades en las fronteras de nuestros cuerpos —teclas y cuerdas—, haciendo las veces de banda sonora.
«Añoro tener una voz capaz de cantar. Escribir es lo más cercano a ese deseo contrariado»[4]. Esta cita nos da pistas de por qué en Tramas y Urdimbre se desprenden los sonidos de los dedos, la aguja y el peine al pasar. Como si el telar fuera un arpa, como si sus palabras escritas una voz. A las teclas, mientras, otra composición. Porque en el trabajo de Lanceta la oralidad deviene historia y Teresa sabe bien que la trama conspira en perjuicio de la memoria.
Por eso, recordemos: estos dos vídeos se realizaron entre 2008 y 2009 como secuelas del apagón financiero que abrió la brecha de la austeridad: la misma que se coló dos años después en el Artículo 135 de nuestra Constitución en un caluroso agosto de vacaciones. Aquel verano de 2011 fue en el que nos «compraron las horas», que dice Lanceta, para rescatar a los bancos: «todas las administraciones públicas adecuarán sus actuaciones al principio de estabilidad presupuestaria. El estado y las comunidades autónomas no podrán incurrir en un déficit estructural que supere los márgenes establecidos, en su caso, por la Unión Europea para sus estados miembros»[5].
Sin embargo, fue otra trama europea la que nos presenta este telar: la de la reconversión industrial de mediados de los años ochenta cuando el estado español entró en la comunidad mientras yo nacía, sin saber que esta historia definiría toda una vida. Como tantas otras, mi familia materna formaría parte del gran éxodo del campo que forzosamente dejaría Andalucía. Mi abuela cosería, mientras que mi abuelo, también con sus propias manos, construiría las vías de un tren que más tarde nos alejaría. Con tan solo diez años a mi madre la responsabilizarían de un almacén de naranjas y la harían viajar, mientras que mi mediterráneo padre —hijo de una espardenyera y de un reparador de barcas—, recorrería a pedales treinta kilómetros al día para aprender el oficio de la carpintería.
Son historias comunes de los arrabales en la antesala de la democracia, territorios extramuros alejados del centro cuya fuerza centrípeta atraería, con mayor o menor fortuna, un imaginario de progreso, anhelo y deseo que se multiplicaría en otras geografías con la complicidad de las promesas emancipadoras de las nuevas tecnologías; oficios y beneficios se distanciarían. Son historias que avanzarían mientras las condiciones de acceso territoriales se redefinirían. Con trenes y aviones, se iniciarían nuevos períodos de vacaciones.
La turistificación de la experiencia en común se manifiesta con frecuencia en el trabajo de Lanceta. El vídeo Tramas incluye unas fotografías tomadas por la artista en el hogar de la icónica pirámide escalonada de Djoser en Saqqara, en la que Teresa tuvo oportunidad de visitar un asilo de huérfanos cuando participó en la Bienal de Dakar. En este orfelinato, los menores tejían sin parar, ofreciendo, con sus imágenes, una de las pocas ocasiones en las que Lanceta recurre a ilustrar la otredad. Ya que las cinco décadas que abarcan su trabajo se erigen contorneando la representación. Porque, como los indígenas bien saben, no es posible permanecer en la imagen. En el caso de las comunidades beréberes de las que Lanceta tanto ha aprendido, en última instancia, las alfombras recogen su visión. Pues sabemos bien que históricamente los bárbaros no fotografiarían, a ellos se les «capturaría». Quizás por eso, como las páginas de esta publicación nos muestran, los rostros acostumbran a escaparse de sus historias para así invitar a la confabulación. Tramas, no obstante, es una excepción.
En aquellos años ochenta de la reconversión industrial, nuevos patrones de competición y de cambio iniciarían un tratamiento de choque intensivo con el que equilibrar una oferta y una demanda que daría lugar a cerrar instalaciones, despidos y prejubilaciones. Un nuevo sistema de organización y gestión posfordista basado en los servicios y el turismo que obligó a destruir, entre tantos otros artilugios, muchos telares.
Por suerte, uno de ellos tuvo la fortuna de caer en las manos de Teresa, el mismo que deviene arpa y permite narrar esta otra trama que surge del apagón, no solo del financiero, sino del de la propia artista en un período de transición: un período en el que aunque dejó de tejer, no dejó de tramar. Como escritora o botánica, en esos años de desencanto y de cambio industrial, Teresa decidió crear desde otro lugar. La imagen en movimiento dio continuidad a una narrativa que abrazaría otra disciplina en la que la oralidad y la etnografía se acercarían a la desaparición del trabajo como epicentro del reconocimiento recíproco y relaciones sociales.
Cierre es la respuesta (2011), es una crónica plural que Lanceta crea el mismo año en el que el principio de estabilidad presupuestaria se impondría por encima del gasto social. El cierre de la fábrica de tabacos de Alicante quedaría registrado en las vivencias de una comunidad afectiva que nos recuerda que las individualidades siempre las conforman multiplicidades.
Ellas, las cigarreras, protagonistas de este otro vídeo construido con materiales videográficos prestados y relatos narrados, formarían parte de una historia de destreza y lealtad: una historia de una industria que se asienta en el siglo XVII en nuestro país y, que en sus inicios, se define por un particular consenso tácito entre patrones y empleadas que permite compatibilizar de manera extraordinaria labores, crianza y cuidados.
Este oficio artesano requeriría de habilidades y experiencia. Sentadas alrededor de una gran mesa, liarían cigarrillos sin cesar y, cuando la industralización se impuso, continuarían haciéndolo junto con las máquinas igual. De artesanas a operarias, estas mujeres encarnarían los peligros de una creciente alienación. Por ello tendría lugar la conformación de un colectivo social y solidario entre compañeras que trasformaría la fábrica en una plaza pública en la que conversar y relatar vivencias compartidas, disentir y narrar frustraciones adquiridas.
Madres, hermanas, primas y amigas. Y, desde que se crearon nuevos estamentos laborales, también surgieron algunas enemigas. Ya que, para mejorar su competitividad, «divide y vencerás», a sus patrones, inversores les dirían. «De mi madre he heredado un espíritu luchador, social y obrero»[6] explica con voz quebrada Carmen a Lanceta: una hija, sobrina, nieta y biznieta de cigarreras. Estas son las herencias de una comunidad fabril truncada por el cierre de aquellos años en los que las fábricas finalmente se trasladarían a otras geografías[7]. Herencias cuyos procesos sedimentarían durante los tres siglos en los que las voces se situarían en las fronteras de sus manos maquineras y que Teresa registraría para conmemorar las labores colectivas como experiencias de vida.
Como sucede con Tramas, donde los procesos de aprendizaje en Saqqara revelan los usos y abusos de una creciente turistificación, Cierre es la respuesta pone de manifiesto que también es posible afrontar la herencia como vector de experiencia de un pasado presente que afronta un futuro anterior. En definitiva, herencia, entendida no como legado teñido de culpabilidad, rechazo o desasosiego (colonial, racista, deudor), sino esa otra herencia como potencia que liga temporalidades. Herencia, en última instancia, como sedimento de reciprocidades y corresponsabilidades.